El pintor ecuatoriano nos presenta un mundo maravilloso de personajes, vaporosidades y des/ilusiones.
Por Betty Aguirre-Maier
Entremares Magazine
Hay en el trabajo pictórico de Washington Mosquera una ardua y persistente labor de encantamiento y liberación. Los personajes de sus cuadros no son figuras estáticas: tienen vida propia y viven dispersos hasta que Mosquera los convoca y ellos, a veces generosos y a veces tímidos, se asoman a esas ventanas que el pintor, gracias a su maestría, ha logrado abrir para nosotros.
“La Lechuga” es una dama que podría sacar la cabeza y descubrir al “Caballero del Mar” que parece resignado a la espera. O la mujer de rojo “En su alcoba” podría escuchar cuidadosamente la conversación de “Los bailadores de mambo”. En resumidas cuentas todos se reconocerían, pues de una u otra manera todos habitan ese mismo mundo poblado de mitos y des/ilusiones.
Mosquera es sumamente cuidadoso con sus personajes y su posibilidad subjetiva. Cada uno ellos es protagonista: cuentan historias, esconden secretos, juegan y aman. Tan únicos son que el artista cuida los detalles en la simplicidad y la elegancia de los trazos; como el de sus vestimentas, por ejemplo. En sus trajes y vestidos se traduce esa especificidad de estos seres mosquerianos, bien vestidos por magníficas texturas de brillantes colores: como el rosa neón de Esmeraldas, las blancas vaporosidades de algunas damas, o los negros y rotundos terciopelos de Belmonte, atrapado en una gaonera y acechado por la brutal belleza de unos cuernos.
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