La roca y la corriente: una sinfonía

Durante su peregrinaje por el Camino de Santiago, un viajero descubre la belleza de la quietud.

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 Por Tim Cannon

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El Camino de Santiago está claramente marcado por flechas amarillas que los peregrinos debemos seguir. Las flechas nos dirigen de ciudad a ciudad, a través de pueblos, campos y pasos de montaña, hasta que la última flecha dirige al peregrino hacia la plaza, enfrente de la vieja y magnífica catedral en el corazón de Santiago de Compostela, al norte de España.

Llevaba en el Camino ya varios días, y aún me quedaban semanas antes de llegar a mi destino. Un pequeño pueblo recostado sobre una colina surgió ante mi mirada. Parecía como si este cayera en cascada desde la vieja iglesia medieval en la parte superior, hasta la orilla de un río en la parte inferior. Todas las flechas en el pueblo parecían señalar cuesta arriba. Fue un forzado ascenso a través de calles angostas, escaleras y pasadizos. Ya sin aliento, acalorado y sudoroso, finalmente llegué hasta el frente de la vieja iglesia. Contra el muro, cerca del portón, divisé una tentadora fuente de agua. Estaba diseñada para que los peregrinos bebieran y se refrescaran en ella.

Luego de haberme refrescado en la fuente (y sabiendo que me esperaba un cambio de elevación en el siguiente tramo de mi viaje), tomé mi mochila y mi bastón, listo a dejar el pueblo al que apenas había llegado. En ese momento, una diminuta señora salió de la iglesia y me saludó. Toda ella respondía a las características de la típica señora española. Pequeña, bien vestida y muy educada, parecía estar en los sesenta y además alegrarse cuando descubrió que yo hablaba español. Inmediatamente me preguntó si estaría interesado en ver la iglesia y escuchar su historia. Accedí, ya que mi libro guía no mencionaba nada sobre la iglesia del pueblo y tampoco que contenía una historia interesante. En efecto, sólo hablaba de un ascenso terriblemente empinado a través del pueblo.

La señora empezó a hablar antes de que entráramos a la iglesia, un simple y humilde edificio, nada comparado con las famosas y celebradas edificaciones del Camino. Aunque, para decir la verdad, este tenía una pintoresca belleza medieval, pero la apasionada manera en que ella hablaba de su historia (desde la pequeña cruz de plata del siglo XVII hasta la colocación del suelo de linóleo en el baño, en los años 50), uno habría pensado que aquello era uno de los tesoros más importantes de la humanidad. En el trayecto, disfruté del ritmo de su voz y de las historias del sacerdote, a quien ella había conocido aún pequeña y que ahora era el Santo del pueblo.

Hizo una pausa por un momento para saber si tenía alguna pregunta; y si no, me invitaba a dar un paseo y disfrutar de la belleza y la paz del lugar. Sin esperar le pregunté si había estado en Santiago de Compostela. Reaccionó con sorpresa y una pizca de temor. Me contó que nunca había viajado más allá de 50 millas fuera de su pueblo y que la única vez que lo hizo, dentro de ese límite, fue cuando su esposo la llevó en un viaje de negocios, combinado con la celebración por su aniversario de bodas. Enfatizó que le gustaba estar en donde estaba y haciendo el importante trabajo que se requería en el pueblo.

Más tarde ese día, se continuaba reflexionando sobre la conversación con aquella señora, quien guardaba una inmensa pasión tanto por su vieja y desmoronada iglesia como por su pequeño y empinado pueblo. Se había pasado la vida entera sobre el Camino de Santiago sin siquiera haber dejado su hogar. Había hablado con un sinnúmero de peregrinos llegados de todo el mundo. Ella era una roca en medio de la corriente de peregrinos. Una roca cubierta de musgo y feliz de estar donde estaba, pero al mismo tiempo disfrutando del placer del flujo constante de peregrinos que iban pasando por su vida. Como alguien que ama permanecer en casa, pero a menudo siente la comezón del viaje y la aventura, encontré que su vida era muy interesante. A veces desempeñamos el papel de la roca en el río, mientras otros fluyen junto a nosotros y otras veces somos el río que salpica contra la roca. Los dos papeles son importantes. La roca es lavada y refrescada por el río, y el agua se agita y burbujea junto a la roca. Juntos producen una sinfonía alegre que separados nunca sonaría.

For Bio (crop)Tim Cannon lives in Salt Lake City, where he teaches at the University of Utah. He is passionate about learning and is excited to take a new group of student to Spain each summer for a study-abroad experience. He loves to travel and to explore the world. He collects rare and unusual copies of Don Quixote de La Mancha; the collection has about 100 copies in over 23 different languages. To read more about Tim’s travels and experiences visit his blog, www.timaeus3.blogspot.com