Salgamos a la calle [carta del editor]

por Suan Pineda
Entremares Magazine

En la crónica “¿A dónde dan los portalones?” publicada en los periódicos portugueses A Capital y Jornal do Fundão, José Saramago se maravillaba del poder y el embrujo de los portalones. Al cruzar el umbral que resguardaban esos pilares oxidados y carcomidos, Saramago sentía el roce de unos hombros, el cosquilleo de unos suspiros, el vapuleo del pasado y el llamado del futuro. Para el escritor, quien se disculpaba por sus reflexiones que rozaban la “magia negra”, los portalones eran los testigos físicos de momentos fulminados y materia disipada, de vidas desvanecidas y promesas por cumplir. El aparente impulso oscurantista de Saramago le llevó a articular una reflexión profunda y universal: “El pasado está lleno de voces que no callan y al otro lado de mi sombra aparece una multitud infinita de sombras que la justifican”.

Desde mi primer encuentro con este escrito, no he cruzado el umbral de una puerta sin sentir escalofríos — de miedo, quizá, pero definitivamente de emoción y maravilla —. Me conmueve saber que mis pasos se apoyan en los andares de muchos invisibles ya y que otros pasarán por esa puerta en un hostal de Barcelona que una vez crucé impulsada por la curiosidad. Las calles tienen el mismo efecto en mí — quizás aún mayor. Las calles son portales temporales, museos vivientes, testigos de crímenes y de encuentros amorosos, escenario de cambio y revoluciones; son el pulso de una ciudad. Y en ellas caben todos nuestros pasos. La calle es la gran niveladora, aunque temporal, de distinciones socioeconómicas y otros artificios. La calle es agente de intervención en actos de contestación y cuestionamiento (ejemplos de esto hay muchos… piénsese en el movimiento de los indignados en España o en Occupy en Estados Unidos). Es, en fin, la calle, desde mi perspectiva más benévola e ingenua, el espacio que me hermana con un desconocido y que me espanta y me acerca a la crueldad y la tragedia.

Este número de Entremares Magazine es, en muchas formas, un estudio de la calle y sus posibilidades como espacio (contenido y abierto). Desde distintos géneros y medios, las entregas de esta edición exploran el concepto y la potencialidad de la calle como espacio de exploración, agente de cuestionamiento, musa de introspección y subversión. Para la artista Carolina Favale «Cuore», por ejemplo, la calle “permite construir un lenguaje en el que se combinan diferentes formas de acción e intervención directa. Este lenguaje es el resultado de búsquedas de apropiación y resignificación de elementos del arte visual europeo y latinoamericano … traducidos al aerosol”. Así, Cuore despliega en las calles de Buenos Aires un mundo de seres fantásticos y espacios “calmos” con sus murales. Por su lado, la banda ecuatoriana Cocoa Roots, que fusiona el hip-hop y la música andina, recoge las vivencias de la calle y las canaliza en mensajes de paz en su álbum “Semillas”.

La calle es el escenario para la exploración (tanto del artista como del espectador) de las fronteras de géneros artísticos en el proyecto multitécnico de la colombiana Maritza Arango. En el caso del proyecto “Comunidades en solidaridad”, la artista chicana que reside en Utah, Ruby Chacón, lleva el arte a las calles en forma de murales y poesía para concederle un espacio físico a las comunidades olvidadas por la historia oficial. Y en las fotos de Margarita Jaime, quien encuadra el caos de las ciudades en el orden de la fotografía, las calles marcan la silueta de metrópolis y pueblos en un acto que seduce al espectador a hurgar en las entrañas de ese maremagno de cemento.

Como los portalones de Saramago, las calles son un espacio liminal donde se fusionan las esferas de lo público y lo privado, de lo externo y lo interno. Esta unión, o dicotomía, es explorada por artistas como el pintor Jean Marc Calvet en su colección de pinturas “Una puerta hacia otros mundos”, y por la fotógrafa Érika Diettes, quien en su obra “Sudarios” retrata el mundo interior de los sobrevivientes de la violencia en Colombia (un tema que analiza con circunspección Manuel Alejandro Garzón en el contexto de una obra teatral en su ensayo “Teatro y violencia”).

Para Saramago, los ecos del pasado repican en los portalones; para muchos otros, como el legendario grupo Gaiteros de San Jacinto, los ecos de la tradición resuenan en las calles; y para la poeta Florencia Milito, los ecos de la vida antes de la tragedia palpitan en el bullicio de un barrio neoyorquino.

Al final de su ensayo, Saramago incita al lector a cruzar un portalón y experimentar esa leve y cálida sensación de un pasado que nos sustenta, de una fraternidad que nos justifica como humanos. Hago eco de su llamado: salgamos a la calle.