Winter’s Tale

Efímero y mordaz, bello y violento, el invierno es musa de artistas — desde fotógrafos hasta compositores — y cíclico recordatorio de nuestra mortalidad.

por Betty Aguirre-Maier
Entremares Magazine

[alert type=»yellow»]Nota del editor: Una versión de este texto fue publicada en BG Magazine[/alert]

Mi primera aproximación al invierno fue una esfera de cristal que mi madre colocaba cada navidad en mi mesita de noche. En aquellos días, en la pequeña ciudad andina de Latacunga en donde crecí, además de las luces y las vitrinas atestadas de juguetes, eso era lo más mágico de aquella época. La esfera contenía un paisaje diminuto del Polo Norte. Solamente debía sacudirla para ver los copos de nieve arremolinarse, creando una pequeña tormenta que duraba segundos. Me mantenía maravillada e inmóvil por largos minutos inventando mis propias historias, absorta en un mundo desconocido y silenciosamente deseado.

Aquel deseo se cumpliría años más tarde al mudarme a los desiertos de Utah, en el noroeste de Estados Unidos. Sin embargo, la inocencia de la niñez había sido transformada por la realidad. Ahora era yo quien estaba dentro de la esfera, a merced del frío paisaje y los cristales de nieve clavándose en mi piel como aguijones.

Año tras año, tormenta tras tormenta he sentido el azote del viento helado atravesándome los huesos y mordiéndome la piel, pero también me he dejado seducir por la belleza exuberante del invierno en lugares impresionantes como Deer Valley con sus macizas colinas por donde serpentean expertos esquiadores llegados de todo el mundo, atraídos por the best powder in the world. O Dead Horse Point y su dramática vista desde los rojizos acantilados escarpados hacia el apacible río Colorado; y un poco más al sur, el espectacular Mesa Verde, un tejido de sierras y valles en donde los anasazi construyeron maravillosas aldeas, escondidas bajo los acantilados.

El invierno tiene el poder de ejercer esa dualidad sobre nosotros: tememos su llegada pero también la anhelamos. Su grandeza no siempre está a la vista, ni tampoco lo trágico y violento que acarrea. Su belleza ha sido interpretada de varias formas a través del arte. La fotografía, por ejemplo, nos permite captar momentos irrepetibles, como lo hizo Wilson Bentley. Hace casi 150 años en la región noreste de Nueva Inglaterra, este snowflake savant dedicó su vida entera a observar los cristales de hielo bajo el microscopio para luego fotografiarlos. Para Bentley, los copos de nieve eran “milagros”, y cada uno de ellos una obra maestra irrepetible. Bentley vivió, invierno tras invierno y cristal tras cristal, la belleza de lo efímero. Fotografió más de 5,000 cristales durante su vida, permitiendo por primera vez al mundo contemplar y descifrar la exquisita anatomía de un copo de nieve. Solía decir: “cuando un cristal se derrite, lo perdemos para siempre”.

La efímera vida de los copos de nieve es también lo efímero de cada invierno. Jamás existirá uno igual a otro. Su llegada siempre nos sorprenderá, aun cuando sabemos que está a las puertas del otoño. Mientras van pasando los días, el frío paralizante, el silencio que dejan los pájaros que emigran y la nieve, lo inundan todo. La naturaleza se repliega y nosotros con ella, y una nueva energía nos impulsa a continuar. Esa interiorización no pasa desapercibida. Nuestros sentidos distinguen las múltiples posibilidades de adaptación, desde lo práctico hasta lo estético. Nos percatamos de los detalles y descubrimos que el invierno no es un universo tan blanco o tan silencioso.

La luz del día despliega sobre la nieve una gama de colores que rompen la monotonía del blanco absoluto: rosas pálidos, lavandas, blancos cremosos y grises perlados. Colores que el ojo experto puede captar a través de la contemplación, como lo hicieran Monet y J. M. W. Turner. Otros artistas más contemporáneos como Eric Aho profundizan y recuperan una naturaleza agitada y violentada. A colores suaves y grisáceos, Aho añade ocres y negros, o rojos fuego que azotan el lienzo en brutales trazos, ilustrando así el misterio y el peligro de una naturaleza arrasada por las furias heladas. La música también ha captado los acordes del invierno. Así lo hicieron compositores como Tchaikovsky o Sibelius, quienes llegaron a interpretar la sonoridad del suave viento que serpentea los grandes bosques, o las estridentes y fuertes tempestades que crean ecos y avalanchas. Fragmentos de sonidos y silencios congregados matemática y cosmogónicamente para entregarnos fabulosas y míticas sinfonías como Lemminkäinen Suite o Winter Dreams, Sinfonía 1.

Más allá de la sublime y misteriosa belleza, el invierno también nos impone actos de supervivencia. La naturaleza muerta, los caminos congelados y las nevadas que nos dejan inmovilizados y sin electricidad nos obliga a volver a nuestros instintos más primitivos. En el invierno del 2009, una tormenta de varias horas dejó a Salt Lake City, la capital de Utah, sumergida en nieve. Nuestro vecindario estuvo sin electricidad durante casi tres días; el intenso frío llegó a calar nuestros huesos. Buscábamos sitios donde pudiéramos tener algo caliente, incluyendo el calor humano, literalmente. Las cafeterías hicieron su agosto en febrero. No daban abasto, vendían café, té, chocolate y toda suerte de bebidas calientes, como si fuera lo último de lo que la humanidad pudiera alimentarse. En esos reducidos espacios, las horas pasaban al calor de las bebidas y de las conversaciones con extraños o vecinos, a quienes normalmente nunca veíamos o hablábamos. Sólo nos faltaba el fuego para decir que habíamos vuelto a los albores de la humanidad.

En los días posteriores a esa gran tormenta me llegó un cuento de Jack London, “Cómo hacer una fogata”. Una historia de supervivencia en las heladas tundras del Yukón, en Canadá. El invierno es tan despiadado en los países del norte que la vida de un hombre llega a depender de la habilidad de encender el fuego y un algo de imaginación. Los largos días sin sol, con apenas un poco de comida para sobrevivir y esa sensación creciente de que el frío te va mordiendo el cuerpo hasta tragárselo por completo, me llevó a pensar en lo vulnerables que somos los seres humanos ante los embates de la naturaleza.

Mientras leía a London y la extrema situación del personaje, pensaba que aun con los avances del mundo moderno, nuestra vulnerabilidad es constante: tormentas que paralizan la vida cotidiana, caminos congelados que crean accidentes en cadena, roturas y contusiones por caídas y resbalones en el temido black ice, el frío que azota nuestros cuerpos cuando dejamos nuestras casas convertidas en refugios, pocas horas de luz que infligen a nuestro ánimo una cierta melancolía, a la que hoy llamamos depresión.

A todas estas circunstancias, aprendemos a enfrentarlas con fortaleza, habilidad, sentido común y un algo de suerte, pero sobre todo, con un claro instinto de supervivencia, como lo es el de desarrollar una visión que nos permita apreciar su belleza. De otra forma, no seríamos capaces de superar el frío extremo y sus consecuencias, ni los largos y grises meses sin sol.

Mi visión del invierno no ha cambiado mucho de aquella que tenía cuando contemplaba la esfera. Continúo sorprendiéndome con la primera nevada, con la gracia de los esquiadores que se deslizan por las colinas rompiendo el viento y desafiando obstáculos, o con la alegría de los niños que juegan en sus trineos. Y aun más, me sorprendo y guardo gratitud por las grandes nevadas, ya que ellas serán el agua de los ríos y las fuentes en el árido y ardiente verano que se aproxima.

El invierno como cada ciclo de la naturaleza encierra vida y muerte, belleza y tragedia — todas tan efímeras como los copos de nieve, o los colores que el sol reflejado en la nieve despliega sobre las planicies y las cimas de las montañas—. Tan efímero como la risa de los niños que durará lo que dura un acorde de vientos al abrazar los bosques. El frío no nos dejará huellas en la piel, pero sí en la memoria. Más allá de todo y cada año, al perecer el otoño nos aprestaremos a abrazar, con temor y deseo, alegría y angustia, al gélido invierno que llega con su sutil belleza para recordarnos que esta vez es a new beautiful winter’s tale.

Un comentario sobre “Winter’s Tale”

  1. el articulo inicial es una hermosa hibridación invernal, al estilo Wolf, chevere Betty

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