Arte: Mayúscula y minúscula

¿Cómo navegar el mar de la creatividad humana en la era de la saturación de información? Aquí, un compás.

por Suan Pineda
Entremares Magazine

Uno de los dilemas que continúa desconcertando a los teóricos es la apropiada y “justa” clasificación — y me atrevo a agregar, la definición misma — del arte. Este dilema ha servido de centro de discusión no sólo en el campo artístico (teórico y práctico) sino también en el filosófico. La insidiosa necesidad de clasificar, organizar en categorías y por ende conceder valor (ya sea estilístico, moral o económico) a las obras y artefactos artísticos responde en general al ímpetu humano de ordenar y de compartimentar un mundo que se vislumbra caótico. Este ánimo de orden, además de todos los beneficios y prejuicios que acarrea, lleva ineluctablemente a la creación de una serie de requisitos que conforman un determinado paradigma y consecuentemente a la marginalización de aquellos que no caben dentro de estos moldes de artificio.

Así, la tradicional dicotomía que rige el arte (high y low art) y sus varias iteraciones (high y popular art, elite y mass art) es a la vez desafiada y reafirmada conforme nuevas formas y géneros de arte surgen en paralelo con el desarrollo socioeconómico y de las tecnologías. En nuestros tiempos, en la generación Twitter —y de la tuiteratura (literatura concebida y producida para el formato de 140 caracteres de Twitter, atención de lectura corta, distribución digital, lectura desde ordenadores, tabletas y teléfonos inteligentes, posibilidad de interacción) — , estamos en un flujo constante de reproducción y reconcepción del arte. Son tiempos interesantes, emocionantes y peligrosos. Es en este período de fluidez cuando se pueden reordenar y desafiar formas estáticas de pensamiento y crear nuevas alternativas. Es en estos tiempos cuando la distinción entre high art y low art se hace mucho más borrosa y cuando la palabra “arte” adquiere otros tonos. Es en estos tiempos también cuando se acentúa la problemática que surge cuando el valor de una obra está basado en la volatilidad de los gustos y el vaivén de las percepciones. En tiempos en que el flujo de información es abundante, los filtros, la selección y el criterio —todos ellos procesos de ordenamiento y de dirección— son de suma importancia.

Por ello, en este número de Entremares Magazine presentamos obras, artefactos y postulados en un intento por bosquejar un espacio más amplio —alterno—, desprovisto de los opresivos sistemas que han regido el arte. Aclaro, no estamos desafiando ni pretendemos en una sola edición redefinir el arte (sería un acto absurdo y medidamente imposible). Simplemente hacemos un llamado a considerar formas alternativas de contemplar las obras que van más allá del binario ortodoxo que tanto ha plagado nuestros juicios y gustos; eso es, leer y apreciar estas obras a través de los lentes de la convención sería limitar su significado y restar su riqueza. Es así como nos aproximamos a las obras de la artista María José Argenzio. Las instalaciones y performances de Argenzio, por una parte, pueden ser justamente consideradas piezas de high art por su afilada intelectualidad, exquisita ejecución y crítica mirada a la realidad política y social a la que se refieren. Pero, por otra parte, al adentrarse en las páginas virtuales de Entremares Magazine y en el ciberespacio en sí donde ya han residido en forma de fotografías y vídeos, las obras de Argenzio (un performance en que la artista danza en zapatillas de ballet atadas con 7.1 kilos de pesas, una planta de plátano cubierta de oro, columnas hechas de fondant) adquieren una característica del arte popular: son distribuidas a través de una tecnología de masa. En esta plataforma, las obras de Argenzio — que viven y perduran dentro de un período de tiempo real específico y son irrepetibles aunque reproducibles en sus variadas instalaciones — pueden mutar en su recepción y significado. En este contexto, las obras de Argenzio adquieren una vida más longeva, una fuerza densa y constante en su mensaje de resistencia, y un público nuevo que le concederá otras lecturas a través de sus contextos y realidades particulares. Argenzio es creadora y dadora de nuevos significados. Entonces, ¿cómo clasificar su arte? Propongo que no lo hagamos; sólo contemplemos y sumerjámonos en los momentos que ella crea.

Asimismo, con esa disposición, podemos apreciar el majestuoso trabajo del pintor Servio Zapata, el exhaustivo ensayo fotográfico sobre el ocaso y renacimiento de los Ferrocarriles Argentinos de Remi Bouquet, la obra e ideología de los tatuadores Santiago Díaz y Erika Vorbeck, las anécdotas de Mago Zero, los vibrantes retratos de Evelyn Paniagua, el trabajo musical de Urabá Conexión, el corto documental “Between” de Fernando Lara, el mediometraje “Ernesto” de Francisco Álvarez, el cuento “Familiar” de Andrés Cadena. Todos ellos son dignos representantes del arte con mayúsculas y minúsculas pero también intrépidos artistas en su impulso por salirse de y explorar las márgenes.

Por otra parte, nuestra entrega literaria sigue reafirmando la vigencia y la vitalidad de la palabra escrita en un mundo digitalizado. Si bien estas entregas son fieles a la tradición literaria, estos escritos inyectan chispazos de frescura a géneros como la poesía y el cuento, con exquisitos textos de Zeuxis Vargas, Camila Charry Noriega y Juan Carlos Vásquez en poesía, y Ana Minga, Iliana Vargas y Luz Stella Mejía en cuento.

Por último, cabe resaltar dos entregas que exploran, manipulan y juegan con las etiquetas del high y low art. En nuestra sección Contrapunto, el escritor Robert Max Steenkist y el caricaturista Víctor Beltrán reúnen estos dos estratos diestramente en su aproximación a un Richard Wagner reimaginado en las calles de Bogotá, que recorre calzando Converse y proclamando los derechos campesinos y la lucha ecológica. En el ensayo “La forma de la alegría”, Steenkist hace nuevamente esta interpelación de tiempos en la figura de un artista con su análisis de la Novena Sinfonía de Beethoven y su eco en la realidad del hombre postmoderno. Desplazadas en el tiempo, estas obras adquieren movilidad dentro de este espectro de arte y significación. Lo que nos demuestran tan elocuentemente estos estudios comparativos de Steenkist — y que ilustran precisamente el punto crucial de este número de Entremares — es que la obra y el artefacto de arte no son estáticos y que su valor últimamente residirá en su inagotable capacidad de generar significados a través de las generaciones y las culturas.

¿Arte con mayúscula o arte con minúscula? El debate no tiene fin. Y esto es bueno. Es en el constante buscar, en los perpetuos encuentros y abismales fricciones donde verso a verso, imagen tras imagen, y canto tras canto se construye ese ARTE. En esta edición de Entremares Magazine no pretendemos desmantelar cartografías de jerarquización sino proveer un minúsculo compás en medio de este inmenso mar de la creatividad humana.