Templaria griega

Poemas de Luz Stella Mejía

Poemas

  1. Templaria Griega
  2. Invocación
  3. Precisión
  4. La Vida un Ciclo

TEMPLARIA GRIEGA

Moro y hereje:
seré la cruzada
que te convierta
a espada y fuego,
y luego,
en la oscura noche
de tu piel
encontraré mi luna.

Dulce, inocente,
seré la Cloe
de tu despertar,
la pastora
de tus instintos,
y luego,
en el suave abrigo
de tu piel
me tenderé desnuda.

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INVOCACIÓN

Vuelve a mí
Inocencia hermosa,
Perdido Ángel de mi infancia.

Déjame ver de nuevo
a través de tus alas,
el mundo fresco y dulce
que no logro encontrar.

Inocencia sutil,
cierra mis párpados
con tus dedos balsámicos
y hazme soñar la vida
otra vez.

Regia ilusionista,
déjame pretender
que tengo las respuestas.

Hazme creer que algo es posible,
permíteme olvidar que todo es nada
y regálame tu néctar de candor.

Misericordiosa nigromante,
muéstrame el vislumbre
de un camino virtual
que no lleve al infierno.

Sonriente encantadora,
miénteme en la cara
sin vergüenza.
Escúdame de nuevo
entre lisonjas.

¡Oh! Prestidigitadora,
bella poderosa,
dame de nuevo la ilusión,
piedra filosofal, espejo en el espejo.

Maga, bruja, hechicera añorada,
toca mis ojos con la vara de Aarón
y deja que el torrente de llanto
me inunde de esperanzas.

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PRECISIÓN

Cuando el grito ¡Tierra!
rasgó los aires tibios del Caribe,
los ojos de Rodrigo de Triana
no miraban al Norte.

Cuando Cristóbal Colón
se hincó en las nuevas playas,
la arena de Guanahaní
besó sus labios.

Cuando Américo Vespucio
describió el Mundus Novus,
sus cartas hablaban
de las costas del Sur.

Cuando Waldseemüller
y los geógrafos de Saint Dié
bautizaron el continente del sur,
América lo llamaron.

América:
Dolorosa Babel,
pródiga Ítaca,
manto tejido
de caña y lino
que se extiende
desde el Horno del Sur
hasta la tierra Verde.

Cuando usted me pregunta
si soy americana
yo respondo: Sí,
soy americana
y he nacido en el Sur.

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LA VIDA UN CICLO

Somos los granos del reloj de arena
que a veces la vida decanta en el fondo,
quietos acumulando años encima,
dejando que el tiempo nos golpee al caer,
año a año, día a día, grano a grano.

Pero hay momentos en que no hay más inercia
y la vida nos mueve, nos sacude, nos llama
a girar incansables tras un sueño ciclónico,
en la veloz vorágine en que estamos inmersos.

Es la cima del mundo.

De pronto el remolino nos atrapa en su vórtice
La emoción nos inunda y la vida es hermosa.
Somos parte del sueño, somos arena viva.
El tiempo se acelera, se acelera el impulso
y corremos de prisa en busca del destino.

Por un fugaz instante vislumbramos el centro,
se ilumina el camino, se esclarece el motivo.
Somos protagonistas de nuestra propia vida,
artesanos de sueños, soñadores de arcilla.
Y en esos segundos de caída libre,
somos invencibles, somos eternos.

Luz Stella Mejía

Luz Stella Mejianació en Manizales, sobre la falda de la montaña en la zona cafetera de Colombia. Creció en el altiplano Cundiboyacense, a 2,700 metros sobre el nivel del mar y vivió y trabajó como bióloga marina en Santa Marta, en la costa Caribe de su país. Vive hace ocho años en Estados Unidos, dedicada a los libros –lee como loca y trabaja en una biblioteca-, la familia y sus cuentos. Su oficio de escritora ha sido constante, pero apenas ahora está empezando a darse a conocer en su blog elsuresamerica.weebly.com

Terral y Siega

Una selección del poeta colombiano Felipe García Quintero

Nota del Editor

De Terral (2013) Premio Nacional de Poesía “Eduardo Cote Lamus”.

Poemas

  1. La Vaca
  2. La Tarde
  3. Al Sol
  4. RES
  5. La Cabra
  6. Con amor de piedra

LA VACA

Bosteza la vaca de ojos mansos.
La hierba cómo abriga.

Sobre su lomo latente la garza
camina y camina.

El silencio cuánto espera
si en la tarde se detiene el viento del sueño
y las nubes se espabilan.

El sol de mis cenizas abraza el sosiego.

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LA TARDE

Rigor del aire la montaña erguida de la tarde; la espina en la mano solitaria es la distancia.
Así por siempre la desnudez del cielo, con la piedra, su vigilia y voz lejanas, quedan como pasos de otras tantas ramas.
Ante el muro arde la blanca línea del paisaje.
Tan próxima la flor del latido que oculta la hierba del aliento reverdece.
Rostro de la sombra es también la mirada, el goteo incierto de la luz exacta.
Ya en el corazón del latido asomará la mañana.

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AL SOL

Pocas letras tiene el cuerpo a su lado
para decir la luz de todo lo mirado.

Cuánto olvido en la mano se inclina
si callada en la noche la sombra camina.

Como el árbol sin ser más visto crece
por siempre en lo que ahora perece.

La flor que aún no brota del aliento
es agua que todavía no bebe el viento.

La mañana libre y solitaria clama
a la hierba el leño del sol en su rama.

Mar del aire y en el cielo empezando a latir
el corazón de bajeles cruza un solo sentir.

Si la sombra del sol fue la última semilla
la mirada deja en el rostro del río otra orilla.

Del polvo es el comienzo de todo vuelo
la ceniza que abriga la voz del consuelo.

Y para lo pequeño del nombre está el rayo
si el sol de la tarde ilumina lo que callo.

De Siega (2011)

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RES

I.

La vaca muerde la hierba
y su aliento estremece la luz del polvo lunar.
Temblorosa es la música entre sus patas,
hondo el respirar del viento.
La cola que aparta las moscas
flota, rema.

II.
La vaca llama a ser vista por sus grandes ojos abiertos.
La lentitud y no la hierba es lo que cavila en la paciente sombra.
Tiento la tierra que la junta al cielo.
Montaña de sólo aire el pensamiento donde se despeña el silencio.

III
Arriba en la montaña,
inmóvil, una vaca sola pasta.
A su sombra mis ojos buscan refugio.
La vaca mística de la infancia
sobre el llano alto, casi en las nubes.
Un poco de ese fulgor toca mis manos,
sólo entonces, en cada piedra, el horizonte nuevo.

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LA CABRA

Como Umberto Saba, he hablado a una cabra. Y como hoy yo mismo, estaba sola en el prado, atado, como ella también de noche, a un viejo laso, ahíto de hierba. Bañado por la lluvia, igual, balaba.

Ese su balido, como ahora el poema, era fraterno a mi dolor. Será porque yo hablé primero que la cabra entonces se acalló. Y porque el dolor es eterno, dice el poeta, tiene una sola voz y nunca cambia.

Mi voz escuché al gemir de la cabra solitaria.

De Mirar el aire (2009)

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CON AMOR DE PIEDRA

El pájaro mira el cielo cautivo en el agua.
Gota a gota lo rompe.
Y a sorbos el reflejo de las alturas.
Al tornar la mirada del aire
—ese volver al aire la mirada—
llenos de sed sus ojos tiemblan.

Dios.
Viento que llevas en mi mano la luz tan lejos.
Doras con tu aliento este barro triste.
La dócil arcilla de todo cuanto somos en tu solitario latido eterno.

(Inédito)

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FELIPE GARCÍA QUINTERO

Foto FelipeNació en 1973 en Bolívar, Cauca. Ejerce la docencia y la investigación académica como profesor titular del programa de Comunicación Social de la Universidad del Cauca, Colombia. Ha realizado estudios de Literatura, Crítica Cultural, Filología Hispánica y Antropología. Como estudiante y escritor residió temporadas en Quito, Madrid y México. Es autor de los libros de poesía Vida de nadie (Altorrey Editorial, Madrid, 1999), Piedra vacía (CCE. Ediciones de la Línea Imaginaria, Quito, 2001, Mantis Editores, Guadalajara, 2012), La herida del comienzo (Alhucema Libros, Ediciones Dauro, Granada, 2005), Mirar el aire (Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2009), Siega (UIS, Bucaramanga, 2011) y Terral (Ediciones Yaugurú, Montevideo, 2013). Ha editado tres selecciones personales de poemas: Honduras de paso (Ediciones Gitanjali, Mérida, 2007), Horizonte de perros (Universidad del Valle, Cali, 2005, Plural Editores, La Paz, 2011) y El pastor nocturno (Ediciones Viento y Borra, Santo Domingo, 2012, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2012).

Entre otras distinciones obtuvo por concurso el Premio Internacional de Poesía “Encina de la Cañada” (España), el Premio Iberoamericano “Neruda 2000” (Chile) y el XIV Premio “Eduardo Cote Lamus” (Colombia). Fue becario del programa de residencias artísticas en Venezuela (2005) y México (2008).

Cerezo en flor

“Me parecía una paradoja que se te hubiera acabado el amor justo ahora que la luz hacía todo más amable”.

por Hernán A. Burbano

El esquivo cielo desarropado permitía a la luz bañar los cuerpos de quienes por meses habían existido solo en gris, en medio de la depresión de la ausencia, en la esperanza plácida de un tiempo mejor. Los hombres de nieve se habían desecho en barro y mugre, en una agonía líquida que el sol ya había mandado al olvido en forma de vapor. Me acostumbré a verte siempre con tu gorro de borla azul, a descifrar el lenguaje de tus ojos verdes, a tomarte de la mano dentro de los bolsillos de mi chaqueta para así evitar que nuestros dedos alcanzaran el punto de congelación. La desnudez de los árboles permitía durante el invierno divisar el canal desde tu ventana, al final del parque vestido de blanco. El agua fluía cubierta por una nata de hielo que entonaba con el silencio, mientras patinábamos a lo largo del canal sin dejar de tocarnos. La oscuridad y la ausencia de hojas estuvieron matizadas por la dulzura de nuestras palabras, por el frenesí de los besos que rompían la ausencia, por las lágrimas que acompañaban nuestros adioses. La alameda paralela al canal tenía árboles anónimos, troncos sin hojas ni flores, promesas de un futuro que por incierto me llenaba de temor. Qué diferente se veía todo ahora pintado de colores: nuestras mochilas rojas, mi saco a rayas azules y lilas, los brotes de hojas cargadas de verde clorofila. El canal había desaparecido tras de los árboles y no podía divisarse más desde tu ventana. El agua corría de forma fluida, las chaquetas de invierno habían quedado en el olvido y la ausencia de pies fríos hacía de Neukölln un lugar más agradable donde existir.

En el invierno caminábamos a lo largo del canal en medio de confesiones recíprocas, observados por los vendedores de marihuana que impávidos resistían el viento y el frío. Siempre impuntuales, tratando de llevar a cabo tus miles de planes, amándonos con inocencia, sin pausa, con el desenfreno típico de la novedad y el misterio. Mientras el mercurio de los termómetros descansaba bajo cero nos prodigábamos besos eternos, guerra de lenguas, derroches de pasión y ternura. En la improvisada pista de baile de tu habitación movíamos nuestros cuerpos al ritmo del blues, sin dejar de vernos, sin dejar de besarnos. Afuera oscuridad, dentro de tu habitación penumbra. Afuera desconsuelo, dentro de tu habitación esperanza. Afuera el mundo con su canal congelado y sus árboles harapientos, dentro de tu habitación solo nosotros. Habíamos forrado fragmentos de las paredes con papel tapiz turquesa que cortaba el blanco de tu habitación y del invierno. Rodeado de blanco y turquesa me paraba en las puntas de los pies para seguir besándote al ritmo del blues, siempre oyendo sin parar la canción número dos: Tïu dropar (diez gotas).

Con el arribo del sol parecía que la gente se materializaba de repente en la calle y en el parque. A lo largo del canal el aire olía a flores, agua y carne asada. Antes de seguir el camino del agua jugamos ping-pong en el parque en medio de niños de todos los colores y de risas y llantos en turco y alemán. Quizás por miedo a pensar a largo plazo me había especializado en disfrutar de los pequeños momentos, y aunque la inminencia del final era avasalladora, sentía más felicidad que terror.

Durante los meses de frío peregriné a verte los fines de semana atravesando campos yertos por las siete horas de viaje que nos separaban. Al llegar a la estación tenía el corazón en éxtasis, tu cercanía llenaba mi vacío, el solo pensar en tus caricias le daba sentido al mundo congelado de Berlín. La primavera había vuelto a decorar el planeta con su paleta multicolor y su tormenta de polen. Me parecía una paradoja que se te hubiera acabado el amor justo ahora que la luz hacía todo más amable, mientras recorríamos la alameda guiados por la corriente del canal. Los árboles habían recuperado su identidad y se vestían con hojas, pájaros y flores. A lo largo de nuestro camino los cerezos en flor decoraban el paisaje con su explosión rosa. En la foto que te hice las flores contrastan con el negro de tu vestido y tus zapatos nuevos hacen juego con la primavera. Me encanta tu pose tímida con un pie delante del otro y tu sonrisa que parece decirme adiós.

En el invierno nos procuramos el uno al otro de ilusión y calor. Llenos de candidez creímos habernos encontrado. Convertimos a tu cama en el centro del mundo y yo convertí a tu imagen en el centro del mío. La primavera y nuestras intermitencias habían extendido entre nosotros ahora el frío que se sucede a la debacle y termina en el olvido. Debajo de las copas rosadas de los cerezos grupos de japoneses merendaban celebrando el Hanami, quizás sintiendo un poco de Japón entre los pétalos de los cerezos en flor. Me preguntaste cuánto tiempo creía yo que durarían los cerezos florecidos, no recuerdo que respondí, hubiera querido que para siempre.

Hernán A. Burbano

Hernán Burbano(Pasto, 1978). Genetista y escritor. Estudió medicina veterinaria y realizó una maestría en genética en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá. Realizó su trabajo de investigación doctoral en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania, y obtuvo un doctorado en genética evolutiva en la Universidad de Leipzig. Ha sido autor principal y coautor de artículos científicos publicados en revistas como Science, eLife, Nature y Cell. Sus ensayos sobre filosofía de la ciencia han sido publicados en Ludus Vitalis e Historia Ciencias Saude – Manquinhos. Su primer libro, El confort de la cotidianidad, fue publicado por El Peregrino Ediciones dentro de la colección “Inmigrantes” en 2012. En la actualidad trabaja como investigador en el Instituto Max Planck de Biología del Desarrollo en Tübingen, Alemania, y prepara un nuevo proyecto literario.

Nostalgia: A (post)modern journey through Europe

In this photographic voyage, Stephanie LeVeque finds the soul of place tucked between a pulsing past and an illusory present.

by Stephanie LeVeque

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Light cut with shadows. Tradition melded with the present. Blurred lines between truth and fiction. Black and white bordering a gradient of grays.

Nostalgia.

A constant longing to discover new places juxtaposed against the stale reality of the mundane.

In early 2012, I spent six months in Asturias, Spain, and watched the sharp chill of winter thaw off my windowpane and transform the landscape into a lush emerald spring. On weekdays I spent hours studying linguistics, literature and musicology whilst tucked away in dusty, outdated classrooms. I passed weekends watching the incredible spectrum of Spanish landscapes flicker by the ALSA bus window. I called Oviedo home and roved freely across Spain and Europe.

I had spent ten years nostalgic for Spain, longing for a luscious cultural experience dripping with blind expectations. I was nostalgic for a place I had never visited and wasn’t even sure existed.  To me, Spain would be crimson and burgundy, accented with the blazing arms of the Mediterranean sun, syncopated with strains of soulful Spanish guitar, and embraced by balmy, sensual nights. I would finally find a home where my soul could be at peace and be warmly understood.

But my experience was the antithesis of my nostalgia. It was wild and calm and beautiful and horrendous and slow and impatient and nothing and everything I wanted. I spent most of my days confused and searching while perfectly content in the moment. I snapped thousands of photos as I wandered aimlessly and purposefully across mountain ranges, coasts and borders.  I wondered what the magnetism was in all I saw whilst hungrily pressing the shutter button in hopes of capturing the beauty and energy of each moment.

Months later, when I had acclimated to routine in the United States, I looked through my photos.  I was distracted by the vibrant feast of colors and the only solution to find the true memory of place was to peel away the color by converting the pictures to black and white. Instantly I felt the heartbeat of each moment pulse against the frame of every photo. Nostalgia was buried beneath colors and hidden in the complex shades of gray.

In my search for the soul of place, I was most drawn to contrast, specifically of relentless tradition and the memory of the past amidst the social bulldozers of contemporary culture.  Within the harmonious battle of the two concepts I found fresh blooms of upcycled culture.

Stephanie LeVeque

Stephanieis a Michigan implant to Utah, but her home knows no borders. She enjoys paddling, ignoring maps, cooking at odd hours of the night, cello music, belly dancing, bonfires, narrating daily life, and constantly adding to her list of things to do, try and learn. She finds joy in the simplicity of the seemingly ordinary. She holds a B.A. in Spanish from the University of Utah and is fanning a rekindled flame with her lifelong love of words. Follow Stephanie’s adventures at http://www.smokeydrivesacadillac.com.

Ojos de Perro

Un cuento de la escritora ecuatoriana Julia Rendón.

por Julia Rendón

En los ojos de los perros se refleja el Universo. Todo lo que observan se queda ahí plasmado. Cuando un perro te mira, te puedes ver a ti mismo y a los objetos a tu alrededor desde otro ángulo.

Esa mujer tenía ojos de perro. Fijos, mirando a la cámara que la había enfocado; sorprendida como si aquel aparato de luz fuera a robarle del vientre ese hijo que estaba creciendo. Acerqué la foto para ver si la reconocía, me era imposible. Ignacio aparecía detrás, sin saber que la foto estaba siendo tomada.

Reconocí el lugar. Era en la hacienda del padre de Ignacio. Cuando teníamos 17, íbamos con los compañeros a quedarnos a dormir allá por lo menos uno o dos fines de semana en el mes. Cantábamos frente a la fogata, tomábamos Trópico Seco con jugo de naranja y limón, y una vez que estábamos bien borrachos, nos adentrábamos en los bosques de la hacienda y dormíamos donde cayéramos. Lo que pasaba en los bosques nunca se contaba al día siguiente. Los colegios mixtos siempre traían peligros y, aunque éramos pocos, alguna terminaba embarazada y a veces ni se sabía de quién.

Lo de Ignacio y yo duró, a pesar de que también estuve con Clemente, uno de sus mejores amigos, y con Ale. Igual, el plan con Ignacio fue siempre casarnos, no creo que por amor. Si soy sincera, no estaba ni estoy enamorada de él, pero en la vida siempre hay que dar pasos y el siguiente que nos tocaba era ése.

Para cuando nos graduamos, su papá había ya vendido la hacienda. No se justificaba tener semejante terreno para que un par de chicos de secundaria saciaran sus deseos y desataran su adolescencia. Lo más triste de venderla fue dejar de ver a los empleados, sobre todo a María. Ella había trabajado en esas tierras por más de cuarenta años. Tuvo quince hijos: diez mujeres y cinco hombres. Siempre estaba pariendo por ahí, justo afuera de la hacienda, en la lomita de Pusucú. Yo nunca la vi pero decían que se ponía en cuclillas, se tomaba el agua de zapote y los hijos le salían como jabón.

La de la foto podía ser una de las hijas. Pero no, no creo. No se parecía a ella. María tenía agallas, eso se notaba. Ésta era tan inocente, estaba como perdida, como si hubiese pertenecido a otra hacienda y no a ésta. Es increíble cómo la gente que trabaja en la tierra parece ser una extensión de la misma, como si fueran otra rama de uno de los tantos árboles, o parte de las hojas, o una de las piedritas de los lagos. Inclusive se los siente en la hierba; el color de su piel se empieza a parecer al suelo sudado.

Definitivamente ella venía de otra hacienda. Pero, ¿qué hacía allí?, tan desubicada y sola. De no ser por Ignacio detrás, con cara retozona, se la vería abandonada, un ser totalmente aislado y con esos ojos de perro. Realmente no recuerdo haberla visto nunca. Y fui bastantes veces a la hacienda.

Su panza era enorme. Imaginé que justo después de la foto se puso a dar a luz ahí mismo, al lado de Ignacio, quien ni siquiera estuvo cuando yo di a luz a nuestros hijos. Decidí que le iba a preguntar si él se acordaba de quién era esa mujer, pero Nacho es tan distraído que probablemente ni notó que dejó esa foto en el libro de las cuentas de la casa. Hay gente que ni piensa en lo que hace cuando anda por la vida. Ni siquiera pensó en que yo me la encontraría, en que me preguntaría quién era esa mujer, en que mil ideas cruzarían por mi cabeza. Él nunca piensa en nada.

Resolví que sería mejor guardar la foto de vuelta en el libro de cuentas. Quién sabe si por una vez en su vida Nacho la puso ahí a propósito. ¿Me querría enviar un mensaje? Nosotros nunca hablamos las cosas claras y directas.

La mujer, no sé, no se me ocurre quién podrá ser. Seguro sólo buscaba una loma para ponerse en cuclillas y parir. Pero antes, se vio sorprendida por la foto.

Julia Rendón

FotoJu2es escritora y artista plástica ecuatoriana. Luego de cursar estudios en su país viajó a Boston para seguir la carrera de comunicaciones. Vivió y trabajó en Nueva York hasta el 2006 cuando decide volver a Ecuador. En el 2008 se mudó a Buenos Aires donde realizó un posgrado en arte y cursó la especialización en escritura narrativa en Casa de Letras. Ha trabajado como colaboradora en diferentes publicaciones latinoamericanas y varias de sus narraciones han sido publicadas en revistas literarias argentinas y ecuatorianas, así como en periódicos de Nueva York. Acaba de terminar su primer volumen de relatos cortos que espera publicar este año. Participó en un sinnúmero de exposiciones artísticas colectivas e individuales. Actualmente vive en Quito. Se puede encontrar novedades sobre su producción en su website: www.juliarendon.com y su Twitter: @julierendon.

David Róbinson: De declaraciones y de raros

El escritor panameño presenta reflexiones a pulso y ritmo de calle.

Autodenominado filósofo descalzo, el escritor panameño David Róbinson presenta en esta selección de escritos cortos una serie de reflexiones a pulso y ritmo de calle. Una mezcla de sensibilidad callejera, de epifanías de esquina y de un lenguaje popular que por su sencillez y desenfado puede pasar por banal y mundano, estos bocetos emanan un humor punzante y una profundidad desconcertante en su estado inconcluso; es la vida vista a través de los ojos de un hombre común quien escaquea las elucubraciones para observar y entender su entorno como individuo panameño y universal. Es así que, como buen hombre de pueblo, a Róbinson, cuyos poemas y cuentos han sido publicados en diarios, revistas, antologías y libros, le queda una aspiración por cumplir: ver sus poemas escritos en grafiti en la pared de un baño.

~ Entremares Magazine

 

Declaración a mis 52 años

por David Róbinson

“A esta edad ya no tengo que demostrar nada. Estoy en paz con la vida. Esa es la libertad”.

— Tomás Segovia

 Llegué a la edad del mazo de barajas. 52 años. Hace cuarenta, al recibir el certificado de educación primaria, esa cantidad de años me era imposible computarla. Un año era una eternidad. Pero arribé a los 52. Se pasaron volando, aún recuerdo los lodazales que tenía que cruzar para ir a la escuela; sobre los zapatos puestos me calzaba cartuchos plásticos. Así de abundante era el lodo.

Llegué a los 52 años. Y pienso que me gané el derecho de dar declaraciones. Después de decirle a mi abuela “ tío Pipo pum, pum” el 9 de enero de 1964 (el día en que los gringos lo asesinaron), de ser evacuado de la ciudad por mi tío Julio en octubre de 1968 (me puso en la cara una toalla empapada con vinagre y aún así sentí los gases lacrimógenos del golpe de estado), después de haber soportado todos los puñetazos de los abusivos del barrio y el colegio, de gritar consignas en la Plaza 5 de Mayo en septiembre de 1977 mientras esperábamos a Omar y a los tratados del canal, de lanzar piedras contra la guardia, de graduarme tarde de la universidad, de ser testigo del Viernes Negro de 1987 y de la Invasión de 1989, después de conocer el amor y salirle huyendo, luego de que el amor me conociera y saliera huyendo, de comprender que en la vida no hay muchas cosas que entender y hay mucho que vivir.

Después de haber hecho todas las tonterías que he hecho, sí, sí me he ganado el derecho a hacer una declaración:

Me declaro pendejo; con tanto practicante del juega vivo, ser un bribón no tiene nada de original.

Me declaro fracasado; hay tal cantidad de triunfadores infelices caminando por las calles de esta infeliz ciudad, que al verlos sólo puedo pensar que, en realidad, el supuesto éxito es un castigo.

Me declaro innecesario; no soy mercancía convertida en necesaria por la tele.

Y, por último y por sobre todo, me declaro anormal, inadaptado, loco; parece que la gracia de ser normal es caminar uniformado y en manada para hostigar al raro.

Llegué a los 52 años vivo, feliz y despierto. ¿Acaso no basta?

El acoso al raro

“Un hombre libre es más puro que el diamante”.

— Manuel Scorza

Al raro no le importa la riqueza y el poder tanto como la libertad de pensar y sentir, de tomar la actitud que le plazca. Al raro no le importa la fama y el prestigio tanto como el ser creativo y tener una obra que dé la cara por él, es más, lo irrita la gente que lo halaga sin conocer sus ejecutorias. Al raro no le importa el ser comprendido y amado, le importa más ser él mismo; al fin y al cabo, asume su condición de raro.

Al raro, al verdadero raro, al raro convencido, al raro que ya es un raro sabio, no le importa el rechazo de los normales. Pero, para llegar a ese estado de serenidad, pagó el precio. El rechazo le dolió, aún tiene las cicatrices en el alma. Porque lo más normal de los normales es la crueldad. Un deporte normal es el normal hostigamiento a los raros. Así que si un raro sabio declara que le importan muy poco los normales y sus condenas, es porque ese raro sabio ya los enfrentó y sobrevivió a sus ataques.

Los normales dicen que el raro sabio es un arrogante, es que para ellos todo raro que deja de escucharlos, que deja de sufrir con sus palabras, es un arrogante.

¿Cuándo comenzó la persecución? ¿Cuándo a los normales se les hizo insoportable la presencia de los raros? Y lo peor. ¿Cuándo a los normales se les hizo insoportable la ausencia de los raros? Todo raro que deja de escucharlos es un ausente.

Sería terrible concluir que para ser normal, hay que cubrir una cuota de acoso a los raros. Pero, ¿no es eso lo que indican las evidencias? Sería terrible concluir que para ser normal, hay que impedir que los raros se alejen del dolor. Pero, ¿no es eso lo que indican las evidencias?

David C. Róbinson O.

David RóbinsonHeurístico. Escritor de ideas. Hacedor de palabras. Filósofo descalzo. Inoportunador con especialidad en amigos y alumnos. Y sobre todo: un hombre caradura y feliz. Premiado y mencionado en algunos concursos. Publicado en ciertos libros, antologías, revistas, diarios y desplegados. Biólogo sin cargo de conciencia (gusta de comer huevos de tortuga). Ocasionalmente, y cuando las circunstancia lo obligan, dicta talleres de creación literaria.

José Ovejero descansa en el amor de ser un escritor feroz

La invención del amor marca un punto de giro en relación a su anterior producción de escritor duro con los lectores e inclemente con sus personajes.

por Solange Rodríguez Pappe
Entremares Magazine

El 2013 ha sido un buen año para José Ovejero.

En marzo pasado se enteró que Triángulo imperfecto, con la que había decidido probar suerte en el premio Alfaguara de Novela, uno de los más codiciados por los autores hispanos debido a su generosa dotación económica y la masiva campaña publicitaria pensada para difundir la novela ganadora, se había alzado con el triunfo.

Con esta victoria sobre casi 800 manuscritos —un récord  para la convocatoria del concurso— Ovejero inició una gira de promoción por 13 países y en junio llegó a Ecuador para hablar de su texto, ahora titulado La invención del amor. Este libro marca un punto de giro en relación a su anterior producción como escritor duro con los lectores e inclemente con sus personajes, a quienes, desde 1990, ha sometido a sus situaciones incómodas favoritas: los viajes y las postergaciones.

“Sí, me salen bien los desadaptados. Y soy consciente de que he sido  un escritor feroz, pero no estoy obligado a seguirme manteniendo en esa misma línea toda mi vida”

JOSÉ OVEJERO
Escritor

El mismo Ovejero admite que le ha hecho bien tomar un respiro de su dureza—Escritores delincuentes (2011) y La ética de la crueldad (2012), este último galardonado también con el anagrama de Ensayo—, lo han llevado a seguir siendo asociado con lo retorcido y lo escabroso. Ante el peligro del encasillamiento, Ovejero decidió esta vez ser consecuente con la misma naturaleza mutable, que lo ha impulsado a ir de un lado al otro del globo, y elegir el tema del amor, dando con eso un respiro a su pluma hábil para la creación de ermitaños y canallas. “Sí, me salen bien los desadaptados”, admite. “Y soy consciente de que he sido  un escritor feroz, pero no estoy obligado a seguirme manteniendo en esa misma línea toda mi vida”.

Sin embargo, la clasificación, esa tendencia de la mente a colocarlo todo en una casilla del tablero y esperar a que no se desplace, parece ser inevitable para tener una visión tranquilizadora del cosmos literario. Esa misma preferencia que ubica a los escritores por género  y se desconcierta cuando hay ciertos cambios en el registro, ha sentenciado que hay dos tipos de escritores: unos, como las hermanas Brontë, imaginando desde la sombra la claridad del mundo que han decidido no explorar, y otros, como Hemingway, vitalistas y excesivos, incursionando en el territorio que desean retratar para olisquear la sangre de primera mano.

Ovejero parece encajar mejor con el segundo tipo, aunque no se cansa de repetir que los uniformes no le van, porque cada vez que siente que se ha calzado uno, huye, se camufla, se mimetiza en comarcas que no parecían ser las suyas, es decir, viaja. Ovejero, en sus primeras publicaciones de la década del noventa, fue un peregrino que se confiesa a sí mismo como infiel a su pasado, emprendiendo viajes para encontrarse a sí mismo en algún otro lugar del mundo.

En China para hipocondriacos (1998) afirma de sus habilidades como escapista: “Cuando cambio de lugar desaparecen los mundos anteriores  que habité, sustituidos por el nuevo al que acabo de llegar”. En esos primeros libros de este autor, donde los espacios significaron mucho dentro de la historia, figuran obras donde Ovejero puso el cuerpo y se dio maneras para estar presente en los lugares sobre los que iba a escribir: Biografía del explorador (1994), Bruselas (1996) y Huir de Palermo (1999). En aquel entonces el español había realizado un importante cambio en su vida, fascinado por todo aquello que le exigiera  renuncias y desafíos. Inicialmente se había trasladado a Bonn y luego a Bruselas, donde trabajó como intérprete en conferencias para la Unión Europea. Otra vez Ovejero se prueba y decide aplicarse con los idiomas, que no se le dan precisamente fácil: alemán, inglés, francés e italiano. “Traducir es también contar una historia, con la diferencia de que tienes que ponerte en la mente de los otros”. Desde el 2001 prefiere ya no volver a hacerlo más.

Hasta ese entonces, la mirada que Ovejero tenía de la vida literaria era más bien la de un descreído de las alianzas y zalamerías del medio. Ermitaño y pulcro hasta el punto de repetir y borrar neuróticamente días enteros de trabajo, en “El premio”, cuento perteneciente al tomo Qué raros son los hombres (2000), fabula una historia donde la mejor manera de obligar a un escritor que ha sido rebelde a traicionarse, es concediéndole un premio literario. “Vas a ver como se amansa”, dice uno de los personajes refiriéndose al triunfador. “En cuanto le pasen dos veces la mano por el lomo y le echen alguna golosina”.

Ovejero lo tiene claro, es un escritor profesional y entiende, tal como lo dice su amiga Rosa Montero en un artículo para El País, que “escribir es resistir”.

La resistencia de Ovejero consiste en no teclear nada que no desee escribir y en haber hecho de la literatura el centro de su vida desde que publicó por primera vez a los 35 años.

La resistencia de Ovejero consiste en no teclear nada que no desee escribir y en haber hecho de la literatura el centro de su vida desde que publicó por primera vez a los 35 años. “Aunque en España, comer solamente de las letras, resulta cada vez peor”, sentencia. En un medio donde los premios literarios son vistos como un abismo atractivo que presentan el riesgo de la pérdida de la voz propia en pos de los intereses editoriales, Ovejero ha resistido y conseguido premios como el Primavera de novela en el 2005, gracias a Vidas ajenas, y el primer puesto de Ensayo (Anagrama 2012)  con La ética de la crueldad. “Ganar un premio grande te pone bajo sospecha”, admite. Pero escribir, es resistir.

Por esta razón, luego de los trajines del Primavera de novela, a las vorágines promocionales las toma con calma. En declaraciones de ese tiempo, dijo al periodista Luis García, de Literaturas.com, una frase que resulta también vigente para el demandante tour del Alfaguara: “Al fin y al cabo, si se presenta uno a un premio, corre el riesgo de ganarlo […] pero como sé que son dos meses y después vuelvo a mi vida normal no me preocupa; además, teniendo en cuenta la dotación y las repercusiones, no creo que sea como para andar quejándose por minucias”. Y por eso, cuando se le pregunta por sobre qué tiene pensado hacer con los 175,000 dólares que acaba de recibir, contesta con frontalidad y simpleza: “Vivir, no voy comprarme un yate”.

Para la proeza de recorrer 13 países en dos meses, el movedizo Ovejero ha debido reducir al mínimo todo lo demás: ha aplazado compromisos, postergado artículos y dosificado las clases de taller de escritura online que impartía hasta hace poco. Pero lo que sí ha mantenido es el blog por entregas “Larga distancia”, del sitio web de El País, donde transcribe las impresiones de su gira de promoción por los lugares que recorre. De su paso por Ecuador, menciona su visita pasada en que dio un paseo veloz  por Mindo y por las Galápagos, aprovechando para dar forma al personaje de Olivia, una asistente doméstica ecuatoriana quien aparece en la novela Nunca pasa nada (2008)  y de la imposibilidad que tiene para encontrar la obra de escritores jóvenes.

Las nuevas generaciones están en la mira de Ovejero para su siguiente acto de transformación. Tiene pensado dar forma a un libro de cuentos, pero estudia técnicas, recursos, tonos frescos para procurar esta vez un efecto diferente y hasta allí da detalles, luego de eso, prefiere abandonar las infidencias acerca de lo que espera del futuro.

Quien lee La Invención del amor y sonríe reconfortado por la apuesta que el protagonista Samuel hace por la esperanza de una vida romántica junto a Carina, es probable que no sepa que hasta el año pasado los malos, los brutales y los perversos eran los héroes favoritos de Ovejero e incluso, su tratamiento del amor iba más bien por el lado de la postergación y del cinismo. Trece años antes, en la historia “Entre líneas”, que consta en el tomo sobre amores contrariados Tu nombre flotando en el adiós (2013), testifica un Ovejero que juega a ser autobiográfico: “La vida es así, ¿no?, una concatenación de historias sin final, de hilos argumentales sueltos. Hay que conformarse con ello”. El amor, según Ovejero, es un gran final abierto, pero el autor esta vez no se opone a que los lectores coloquen un happy ending.

Entre los favoritos de Ovejero, además del inclemente narrador  sudafricano, Coetzee, está la poderosa austriaca Friedrich Jelinek consagrada por La pianista (1983) — esa sórdida historia de amor maternal. A ella, por cuya obra el español reconoce sensaciones de atracción  y repulsión, le dedica un ejercicio de brevedad llamado E. F. donde se supone que ella ha desaparecido y un grupo, entre los que está el narrador, emprende su búsqueda. “Teníamos premoniciones de sangre y objetos punzantes, de aguas turbias y olor a humedad en un lugar cerrado”. Pero Jelinek aparece viva y los burla a todos, dejándolos profundamente perturbados. No siempre lo que se espera de un autor es lo que él suele darnos.

Por eso, Ovejero, ese escritor delincuente que juega con registros, mascaradas y rostros falsos polimorfos solo por el placer del desconcierto, también nos ha tendido una trampa. Anuncia estas intenciones en La ética de la crueldad: «Los escritores crueles a veces escriben libros amables, ese es su descanso entre dos asaltos».

«Los escritores crueles a veces escriben libros amables, ese es su descanso entre dos asaltos».

JOSÉ OVEJERO
Escritor

Ovejero, solamente reposa en el amor para darse un descanso de seguir golpeando sin contemplaciones, no debemos ser tan confiados al creer que se ha reformado.

 

 

[alert type=»yellow»]José Ovejero Si desea conocer más sobre el escritor y su obra, puede visitar su sitio Web www.ovejero.info[/alert]

 

 

La Sucursal S.A.: Salsa Sin Fronteras

La Sucursal S.A, orquesta de salsa de Barcelona, se ha consolidado como una referencia de la salsa brava en el ámbito europeo e internacional. Su propuesta musical, con un sonido propio en el que se mezclan las raíces de estos músicos inmigrantes, ha cautivado al público durante casi diez años.

 

 

por Lina Peralta Casas
Entremares Magazine

A partir de sus inicios en 2004, La Sucursal S.A. se ha abierto camino en la escena salsera de Barcelona, de Europa y de América Latina. Esta orquesta, formada por músicos de distintas nacionalidades, ha logrado revivir el interés por la salsa brava en una ciudad que poco a poco ha acogido sus ritmos, sus golpes de tambor, sus temas originales y su propuesta musical.

La Sucursal S.A. ha compartido escenario con artistas emblemáticos del género, como José Alberto “El canario”, Franky Vázquez y Meñique y ha participado en festivales de salsa en el mundo entero, como Tempo Latino y Toros y Salsa en Francia, Salsa al parque en Bogotá, Colombia, y Afrolatin Festival en Bélgica. Con dos discos y un sencillo en su haber, La Sucursal S.A. ahora se prepara para grabar un nuevo álbum.

Santiago Acevedo, director musical, compositor y contrabajista, comparte con Entremares Magazine algunas experiencias de La Sucursal, así como reflexiones sobre el encuentro de esta música latinoamericana con el territorio europeo.

Entremares Magazine (EM): ¿Cómo surgió el nombre de La Sucursal? ¿Qué buscan transmitir con él?

Santiago Acevedo (SA): En principio no queríamos transmitir nada en particular; como todo grupo necesitábamos un nombre para tocar y para darnos a conocer y un día tomándonos unas cervezas, entre chiste y chanza, nació “La sucursal”. Después nos dimos cuenta de que significaba varias cosas que nos identificaban. Por una parte era la sucursal de nuestra música aquí en España, en Europa. También hay una canción del grupo Niche que habla de que Cali es la sucursal del cielo y como el grupo Niche es un grupo muy representativo de la salsa colombiana, pues de alguna manera [el nombre] lo toca.

EM: ¿Por qué “salsa sin fronteras”?

SA: Este nombre reúne varias cosas: el hecho de que La Sucursal suena en muchos países, de que los integrantes de la orquesta son de diferentes nacionalidades, tanto de Europa como de América Latina, y de que queremos mostrar el hecho de que la salsa es música para todo el mundo y de todo el mundo, que no tiene que estar encasillada. “Salsa sin fronteras” es principalmente el hecho de ser inmigrantes, que es una realidad que vivimos aquí. También es el título de nuestro segundo disco, de hecho es “Sin fronteras” y nosotros aprovechamos este eslogan para darnos un poco de perfil. Nuestro primer disco se llamó “Lo nuestro”, que era lo que estábamos haciendo en ese momento, en una situación en la que habíamos llegado acá y estábamos haciendo nuestras canciones, que eran un reflejo de lo que estábamos viviendo. Al segundo disco le pusimos “Sin fronteras” porque después de todos esos años de trabajo nos dimos cuenta de que por la orquesta ha pasado mucha gente de muchos países, de muchas nacionalidades y también queríamos resaltar que la orquesta comenzó a sonar en diferentes países, en diferentes sitios de Europa y de Suramérica.

EM: ¿Es posible hablar de algún territorio de la salsa? ¿Hay algún lugar en particular al que se asocia la salsa?

SA: Sí, la salsa es música afro-antillana, música caribeña. Es música que está influenciada por la música africana pero que se desarrolló en todo Suramérica. En cada lugar se desarrolló de una manera distinta, por ejemplo, en Puerto Rico están la bomba y la plena, en Cuba están la rumba, el son y el danzón, en Colombia están la cumbia y el vallenato. Después hubo una migración muy fuerte en Estados Unidos, en los años cincuenta y sesenta, y allí se fusionó esa música latina de los puertorriqueños, de los colombianos, de los cubanos, con el jazz y también con la música clásica que se estaba oyendo en ese momento y se creó la salsa, es decir, se le dio un nombre como tal. Es música que tiene muchas raíces; en realidad “salsa” abarca muchos ritmos, muchos toques del tambor y también es como una condición social.

EM: ¿Qué es la salsa brava? ¿En qué se diferencia de otros tipos de salsa?

SA: La salsa brava fue una manera de titular la salsa en una época, porque era una salsa que se hacía en el barrio para la gente del barrio y que hablaba de cosas cotidianas, que no buscaba el derrotero comercial sino que sencillamente era música honesta con corazón y con otra intención diferente a la comercial, a la venta de discos y las letras pegadizas. La palabra “salsa” surgió como nombre en Nueva York en los años sesenta, cuando varios inmigrantes, tanto de Puerto Rico como de Cuba, como de Venezuela y de Colombia, se juntaron a hacer su música en el barrio y le dieron el título a esta música. Pero es una música que se viene desarrollando desde los años diez sobre todo en Cuba, pero en general en América Latina. El término salsa brava se dio en Nueva York y surgió porque unos inmigrantes estaban expresándose por medio de estos ritmos, de esta música. De hecho, muchos intérpretes al principio no eran músicos, eran personas que habían estado en contacto con la música toda su vida y que cantaron o tocaron y crearon este género. Fue un nombre que se le dio al momento, a la condición social, a la expresión de lo que estaban viviendo los inmigrantes.

Después curiosamente se quedó así para todo, ahora uno dice salsa y abarca todo, desde son cubano, que es muy distinto a la salsa y que aunque se parecen no tienen ni siquiera la misma instrumentación, hasta el Joe-són, el género que se inventó Joe Arroyo, que es una mezcla de cumbia con salsa. La salsa brava se refiere sobre todo a la música del barrio, no comercial, al golpe fuerte, a tambores, rumba, fiesta, inmigración.

La salsa brava se refiere sobre todo a la música del barrio, no comercial, al golpe fuerte, a tambores, rumba, fiesta, inmigración.

Hay otra cosa que es lo que se llama la salsa monga (salsa romántica), porque a finales de los setentas muchos de estos artistas comenzaron a hacer canciones más comerciales, digamos más “fáciles”, con letras más románticas, más baladas, y que buscaban otro público.

EM:  Ustedes hablan del resurgimiento de la salsa, ¿en qué sentido lo dicen? ¿cómo perciben ustedes “el estado” o “la condición” de la salsa en este momento, o en un momento anterior, que los lleva a plantearse la idea de un “resurgimiento”?

SA: Pienso que la salsa siempre ha estado. Cuando nosotros llegamos ya había habido orquestas acá, una muy importante en los ochentas de gente catalana y de gitanos, que habían escuchado la salsa y la habían interpretado a su manera. Cuando nosotros llegamos en el 2000 comenzamos a tocar, a sacar cosas, a mostrarle a la gente esta música, y mucha gente se contagió. La Sucursal retomó el concepto de orquesta, con 12 personas en el escenario, con repertorio propio, con nuevas versiones y con un mensaje. Nosotros comenzamos en el 2004 y hemos desarrollado nuestra música en todos estos años. Actualmente hay muchas más orquestas, pues la salsa se puso de moda entre la gente. Y algo que ayudó también mucho fue que se puso de moda bailar salsa. Muchos europeos decidieron aprender salsa de salón, como ocurrió hace años en Estados Unidos. La forma de bailar salsa en Latino América es muy distinta, empezando porque no necesitamos una pista para bailar, nosotros bailamos en la sala de la casa.

Cuando hablamos de resurgimiento hablamos de que volvió a despertar, aunque siempre estuvo. Lo que creamos nuevo fue nuestro sonido propio, con músicos de diferentes sitios, de Argentina, Venezuela, Uruguay, Cuba, Colombia y diferentes lugares de Europa. Tenemos un golpe de salsa brava, pero desde nuestro punto de vista. Así comenzamos a tocar, la gente se contagió, comenzamos a sacar discos, a tener un nombre y a vender la idea que de que se podía hacer música sin que fuera comercialmente y a hacer una propuesta con nuestros temas. En este sentido hablamos de resurgimiento.

EM: Muchos de los miembros de la orquesta son inmigrantes latinoamericanos en Barcelona. Cuéntenos sobre su experiencia en la calles de una ciudad ajena, tratando de crear un lugar para esta música latina. ¿Qué dificultades han encontrado? ¿Hay alguna experiencia en particular que quisieran compartir?

SA: Hay muchas experiencias. Barcelona nos ha recibido, nos ha abierto las puertas y La Sucursal es la orquesta de salsa de Barcelona. Sin embargo, cuando llegamos fue difícil pues todos veníamos en situaciones similares, todos músicos, artistas, libres. Es decir, no somos economistas ni abogados, entonces la forma de vida era otra y los recursos eran pocos. Con el hecho de no ser de acá, nos costó mucho al principio mostrarle a la gente música que no es de aquí. Pero siempre fuimos muy bien recibidos en los barrios, por ejemplo en el Raval, que es donde surgió todo y es un barrio popular de aquí, de solo inmigrantes, sobre todo árabes. Ahí éramos muy bien aceptados porque realmente no era gente catalana.

Hay muchas dificultades que seguimos encontrando. Aunque hemos tocado en muchos festivales importantes, seguimos siendo inmigrantes y esto lo hace un poco difícil a veces. Además, por el mismo hecho de que no hacemos salsa comercial, pues no somos pachanga tocando los hits del verano, no vamos a algunas fiestas mayores de los pueblos, adonde prefieren llevar otro tipo de orquestas. Nosotros vamos más a festivales de salsa donde hay una temática, gente interesada en este género, melómanos, bailarines, orquestas de todo el mundo.

EM: ¿Qué nos puede contar sobre sus influencias de músicos latinoamericanos? ¿Qué relación tienen ustedes con músicos en América Latina?

SA: La música latinoamericana siempre ha sido una referencia, por que muchos de los músicos de La Sucursal somos latinoamericanos. Por ejemplo en Colombia, Cali es el punto de referencia de la salsa. Nosotros, al tener en la orquesta miembros de diferentes países, tenemos influencia de lo que cada uno trae, no solo música de Colombia, sino de todas partes. Por ejemplo, los vientos son españoles y hay un chileno y un cubano, y cada uno viene impregnado de lo que le gusta, no solo de donde vivieron sino de lo que les gusta. Hay unos que son más jazzistas, hay otros que son más funk, más soul, otros que son más salsa brava, más salsa moderna, otros que son más timba cubana.

EM: ¿Qué nos pueden contar sobre la escena salsera en Europa? ¿Hay una diferencia entre el espacio de la salsa en festivales y su lugar como música callejera? ¿Ustedes tocan en las calles también?

SA: Hay una gran variedad. Por ejemplo en festivales hay de diferentes tipos, hay que clasificarlos. Hay festivales a los que nosotros vamos, de esta música, como Tempo Latino, donde llevan artistas como Rubén Blades, Willie Colón, Oscar D’ León, que son diferentes por ejemplo de Gilberto Santarosa o Víctor Manuel, que son tremendos soneros y tienen orquestas brutales, pero que son mucho más comerciales. La Sucursal ha tenido el privilegio de participar en los festivales más importantes de Europa, tanto de salsa como de jazz y world music.

Nosotros crecimos en el barrio, tocando en las calles, nuestra primera fiesta fue en el local de nuestro cantante, con la gente del barrio, con amigos. Luego empezamos a tocar en bares pequeños y con el tiempo hemos creado un nombre.

Nosotros crecimos en el barrio, tocando en las calles, nuestra primera fiesta fue en el local de nuestro cantante, con la gente del barrio, con amigos. Luego empezamos a tocar en bares pequeños y con el tiempo hemos creado un nombre.

En las discotecas suenan los dos tipos de salsa, la comercial y la callejera.

EM: En este momento ya son una orquesta consolidada, cuyos temas suenan en América  Latina y en Europa. ¿Cómo se ha transformado su exploración de la salsa al integrar elementos de las experiencias que han vivido en Europa? ¿Ha cambiado la forma de hacer música?

SA: Personalmente a mí sí me ha cambiado, pero no porque seamos más famosos o tengamos más salida o hayamos tocado en varios sitios, sino porque musicalmente he crecido mucho y he aprendido muchas cosas. Como músico y como director me surgen otras inquietudes, me surgen otras maneras de tocar, otra mezclas, y aunque me sigue gustando el tema “bravo” me gustan también los arreglos más modernos. En esa época los arreglos de la salsa brava eran muy simples, muy básicos, ahorita los arreglos de la salsa actual, tanto brava como comercial, son mucho más complejos, con más instrumentación. El cambio no es tanto por la experiencia en Europa, es más por la experiencia en la música.

EM: Y ¿qué ocurre en el sentido contrario, la salsa que ustedes volvieron a poner de moda, que ahora suena mucho más, que se baila más, ha tenido influencia en el territorio musical europeo, más allá de que suene más?

SA: Sí, muchos grupos están comenzando a hacer sus proyectos, sus canciones, con este sonido, con esta idea. La gente comienza a escucharnos más, a comprar los discos, a investigar más, a ir a conciertos, a oír los otros grupos. La gente que está saliendo se ve seducida por el sonido y buscan y comienzan a tocar también. De hecho en este momento en La Sucursal tenemos dos catalanes jóvenes, que aprendieron a tocar en la calle por fanatismo.

EM: Cuéntenos sobre la respuesta de los jóvenes a este género. ¿Tienen un público exclusivamente latino o logran acceder a un público más diverso?

SA: Tenemos un público diverso y variado. Claro también ayuda que sea música alegre, que haya tambores, que sea un género que se presta para bailar y para la fiesta. En Europa todo lo que sea bailar pega mucho, tanto para los músicos jóvenes como para la gente mayor. Siempre que tocamos en espectáculos grandes viene gente de todas partes, europeos, latinos, y a todos les ha gustado. Hemos tenido críticas muy positivas y la gente nos valora mucho, nos respeta mucho.

EM: ¿Cuáles son sus planes a futuro? ¿Hay cosas con las que estén experimentando? ¿Hay nuevas fronteras por franquear?

SA: En La Sucursal queremos seguir tocando y grabar nuestro tercer disco. De hecho, tenemos siete canciones propias nuevas y otras que se están cocinando. También queremos seguir participando en festivales, viajando, volver a Cali, y en algún momento llegar a que La Sucursal se escuche en todo el mundo.

 

[alert type=»yellow»]http://lasucursalsa.com/[/alert]

Radio Matuna: Music for thought and fun

Through a mix of reggae, hip-hop and heart, the band explores the Afro-Colombian experience in all its depth.

by Suan Pineda
Entremares Magazine

Para leer la entrevista en Español, hacer click aquí.

Through a mix of reggae, hip-hop and heart, the band explores the Afro-Colombian experience in all its depth.Featuring a bit of everything, “reggae, hip-hop, love and heart,” Colombian band Radio Matuna wants to make people dance as well as think. The group, which takes its name from the first settlements of freed slaves in Colombia, explores in all its depth and facets the Afro-Colombian experience.

However, the band’s founder and frontman Leonardo Rúa wants to make something clear: “We don’t want to get boxed in as a socially conscious band, but we do want to talk about what concerns us.” That’s why Radio Matuna’s songs exhibit a wide thematic range: from the plight of internally displaced Colombians in “Gris” to a simple ode to love in “Real.”

With a first album and a first music video under their belt, Radio Matuna (composed of Rúa in bass and vocals, Julio Hierrezuelo in guitar, Mónica Castillo in vocals and Juan Camilo Castaño in drums) has become one of the most active bands in Bogotá’s music scene.

In an interview with Entremares Magazine, Rúa, affable and thoughtful, talks about the nostalgia two condiments invoke and the fine line Radio Matuna treads between social issues and the joy of partying.

Entremares Magazine (EM): Where does the name Radio Matuna come from and what does it mean?

Leonardo Rúa (LR): The name of Radio Matuna is based on the Palenques de la Matuna, which were the lands where escaped slaves found refuge and freedom. These lands are near Cartagena in Colombia’s Atlantic coast, and their most important village is San Basilio de Palenque. This whole region was known as Montes de la Matuna, which were the first settlements where escaped slaves could found a village and maintain their culture. Nowadays, San Basilio de Palenque is very active and is acquiring more visibility in Colombia. However, this place had been invisible for a long time. This is the reason we wanted to allude to this, because it is a symbol of cultural resistance. That’s where the word Matuna comes from. And Radio Matuna, because I’ve always thought that radio is magical, it’s a magical thing how sound waves travel to reach different people.

EM: ¿Cómo define Radio Matuna su sonido?

LR: It’s world music. We play hip-hop, reggae with different rhythms from Colombia. With drums, guitar, bass and vocals, we try to find new sounds, and we try to have a more natural encounter with music. I’m an empirical musician, and I feel a need for music, so I’ve looked for musicians who have a similar experience and with whom I can start to develop ideas. Radio Matuna has a bit of everything: reggae, hip-hop, love and heart.

EM: Is there a narrative thread or a leitmotiv to Radio Matuna’s lyrics?

LR: Our concept is very wide. We don’t want to become political or to directly talk about deep and serious things. We simply want to talk about what happens to us, to our country, because it’s something we’ve all been through.

In Radio Matuna’s lyrics there’s a call to recognize and to be aware of our ancestry, of our history. But also, there are love songs, about falling in love. We don’t want to get boxed in as a socially conscious band, but we do want to talk about what concerns us.

In Radio Matuna’s lyrics there’s a call to recognize and to be aware of our ancestry, of our history. But also, there are love songs, about falling in love. We don’t want to get boxed in as a socially conscious band, but we do want to talk about what concerns us. That is why we do a song such as “Gris” or “Kilombo.” But we also sing about partying and having fun. This is all part of life.

EM: Throughout your songs, there are two terms that are almost omnipresent: ancestry and history. What do these two words mean to you?

LR: Ancestry is history and this is linked to being Afro-Colombian, although I think ancestry belongs to us all as human beings. In my case, I talk about being Afro-Colombian, because it is what I have experienced.

I’m conscious of being Afro-Colombian, partly because I was born in Bogotá, which is a profoundly racist city, which considers itself white, which has never accepted me as part of it and where I have always been regarded as a foreigner. On the streets, in a party, it’s common that people ask me where I come from. Sometimes, I switch among nationalities just to keep things interesting (laughs).

… facing racism has made me grow, has made me look within myself and search for the places that I belong to. This is the point where ancestry emerges as a sort of savior.

When I was a child I had fights in school… I didn’t want to know my story. But facing racism has made me grow, has made me look within myself and search for the places that I belong to. This is the point where ancestry emerges as a sort of savior.

I’m Afro-Colombian, I’m black and I’m different from this city that views itself as white. But, what does this mean beyond skin color and physical traits? In my case, for example, my grandfather was a musician. He played the violin, the guitar, he wrote songs, he was a fisherman in the high seas of the Pacific. He was a beautiful character. I never met him but my father used to talk about him, so his presence was very strong in my life. I think that I have developed my musical sense, which is very intuitive and empirical, thanks to my grandfather, thanks to this ancestral connection. It’s sort of a universal communication, it’s like the Internet of the universe. From there, you can download songs, lyrics, melodies (laughs). The music is there, floating all the time.

EM: Have there been times when you’ve felt your grandfather’s presence during your musical process?

Something that happens to me quite often when I jam with other musicians is that at one point when you’re playing you’re no longer conscious. It is at this moment when I think there’s a direct communication with my ancestors.

LR: I feel his presence when I’m writing lyrics. Well, it’s not like my grandfather appears and pufff (laughs). But his presence is felt when we are composing music or when we are trying to find a sound. Something that happens to me quite often when I jam with other musicians is that at one point when you’re playing you’re no longer conscious. It is at this moment when I think there’s a direct communication with my ancestors. Drummers experience this often, too, because they are playing an instrument made of leather, of an animal, of wood, that is connected to the earth, to nature. Every time they hit the drum, they hit the ground and the sound reverberates. It is in this feeling of connection between one plane and another that is beyond consciousness where I feel there’s a dialogue between me and my grandfather and my ancestors.

5. Roots and destiny
“In Radio Matuna’s lyrics there’s a call to recognize and to be aware of our ancestry, of our history. But also, there are love songs, about falling in love. We don’t want to get boxed in as a socially conscious band, but we do want to talk about what concerns us,” says Leonardo Rúa, who composes the band’s songs and plays the bass.
Photo courtesy of Leonardo Rúa

photos courtesy of Leonardo Rúa

EM: When did you decide to get into music and how has your journey in this world been?

LR: I had a very normal and musical childhood. My older brother played the guitar and he taught me. He was kind of a musical mentor.

Then, when I was 14 something very cool happened. A documentary about Afro-Colombian youth born in Bogotá was made and I was chosen to be the presenter. They paid me for the gig, and it was the first time in my life I was paid for something. So I bought a bass.

Also, the documentary made me think about being Afro-Colombian, what it meant for me and for other people. I used to fight a lot in school; I went through about 10 schools. But when I was 14, when they filmed this documentary and I bought the bass, it was a definitive moment in my life. At 14, everything changed and I started my first band in school called Deskarga; it was kind of childish (laughs).

Then I was hired to act in a TV show called “La Jaula” [“The Cage”], but I hated the show. I did it for the money. The show was terrible because it was very racist. However, it did give me motivation to continue playing music. My character used to play music and I had the chance to sing a song in the show. I realized I could sing, which I never thought I could do before. After that, I played in several bands. I spent five years with a band called Voodoo Soul Jahs. We traveled a lot and played in the most important music festivals in Colombia. With this band I was able to experience the life of a musician, to know how difficult it is and how wonderful it is.

EM: Why did you choose the bass? What is it about this instrument that attracted you?

LR: The bass resembles my personality. The guitar is much brighter, present, harmonious and melodious. The bass is rhythmic and has a subterranean melody, like a floor. The bass is a bit quiet; it’s there, and it’s important, but few people regard it as such.

You’re not alone when you play the bass, you always need company. The guitar, on the other hand, allows you to be alone and it becomes a sort of partner.

I play reggae and the bass and the drums go together. I like these two instruments because they changed the way I view and approach music. For example, all the songs I’ve written until now have been done through the guitar, because the guitar allowed me to play and sing. The bass needs more friends, more things. You’re not alone when you play the bass, you always need company. The guitar, on the other hand, allows you to be alone and it becomes a sort of partner.
The songs I’m writing now are coming from the bass, which changes the way I think about music, because the bass is like a foundation; it’s the ground of music.

EM: In your lyrics, do you employ the palenquero language, which is the only surviving Spanish-based Creole language and is spoken in San Basilio de Palenque?

LR: We have recordings of the language play during our concerts, and in our album we have interviews in palenquero language. But we also feature English, for instance. The goal is to speak in several languages. There are many languages that are very musical and are worth exploring. The palenquero language is one of them, and we’d like to learn more about it as well as raise awareness about it. The palenquero language is a mix between Spanish, Portuguese and Bantu.

EM: Radio Matuna has a song titled “Chiyangua y Chirará”? What do these words mean?

LR: The chiyangua and chirará are two condiments from the South Pacific region of Colombia. These condiments are unique to the regions of Tumaco and Buenaventura. They are delicious! (laughs). On their path to freedom, the slaves couldn’t cook well while they were fleeing. When they could cook, the act of firing the pan and making something delicious with chiyangua and chirará, whose aroma wafted everywhere, was a clear sign of freedom and enjoyment. That’s why the chiyangua and chirará are so significant.

EM: You said once that for you the chiyangua and chirará are symbols of nostalgia. How so?

LR: Sometimes you can long for something that you don’t know but that you feel. In Portuguese they term nostalgia as saudade, whose meaning is a combination of nostalgia, longing and love.

On their route to freedom the slaves couldn’t cook food that was too aromatic, so they made some dishes, which are still cooked today, called tapado with leaves covering the food, enclosing the smoke. The appearance of the chiyangua and chirará made a statement: “Yes, we are here. Yes, this is our place. Yes, this is freedom. Yes, this is chiyangua and chirará.”

The first time I tasted the chiyangua and chirará was five or seven years ago in Tumaco. By then, I was very conscious and aware of my identity and history. Tasting shrimp seasoned with these condiments made me realize how special this place where my family comes from is. After that first taste, I long for them. One day I was talking to a friend about personal issues and the things that one can’t overcome. She told me to go to a psychologist or to a psychiatrist. And I told her: “Look, for me, spiritual balance can be found in shrimps with chiyangua and chirará, and that’s it” (laughs). There’s total balance (laughs) because it goes beyond food, it is what it represents. It’s a symbol of a region, of a history that has been forgotten. And this is also what I want to do with music, to make this region and this history visible.

On their route to freedom the slaves couldn’t cook food that was too aromatic, so they made some dishes, which are still cooked today, called tapado with leaves covering the food, enclosing the smoke. The appearance of the chiyangua and chirará made a statement: “Yes, we are here. Yes, this is our place. Yes, this is freedom. Yes, this is chiyangua and chirará.”

EM: So this song, “Chiyangua y Chirará,” has sort of become a vehicle in which the story of this region, at least a piece of it, can be told.

LR: Yes. It has filled me with happiness. Yes, through this song we’ve been able to tell people about this region. Since we are used to saying anything about Afro-Colombians, about indigenous people, about what in theory is unknown, people used to say that the title of the song was a tongue twister, or that we came up with it after smoking a joint … (laughs).

Beyond the constructed image of what Afro-Colombians are, of what indigenous and rural people are, there’s an actual knowledge, a wealth of information that is valuable and that these communities have been able to keep amid and within a system that is designed to make them invisible, to make me invisible.

Beyond the constructed image of what Afro-Colombians are, of what indigenous and rural people are, there’s an actual knowledge, a wealth of information that is valuable and that these communities have been able to keep amid and within a system that is designed to make them invisible, to make me invisible.

So, food is a legacy of cultural resistance. I don’t want to politicize it but I think food is an active form of cultural resistance because it not only appeals to your mouth but also to your heart, your nostalgia, your memory.

EM: Besides music, you also work in filmmaking. Tell me about the conception of the video for “Gris,” a song that talks about the experience of displacement in Colombia.

LR: I did the video with a filmmaker friend named David Villegas. My work as a filmmaker has addressed the issue of internal displacement a lot [Editor’s note: There are an estimated 5 million internally displaced people in Colombia]. I had the chance to do a report for a Dutch TV show about a woman who was displaced and was seeking refuge in Bogotá. We followed her for six months. It was a very intense story, and it got to me.

So I felt the need to talk about this issue, and David shared the same need. What do we do, what do we say? We’ve been developing the idea for three, four years, until we wrote a script. We discussed how to write the script because we didn’t want to do a porno-misery film [Editor’s note: Porno-misery films are a type of cinema that depicts misery with the aim of gaining international attention] or exploit the sadness of the situation. We wanted to do something refreshing.

So we decided to tell the story from the perspective of a little girl. I think that during wartimes children are more able to overcome issues. Kids can play soccer after something horrible happens. For example, this woman’s children were playing all the time, they were happy, they were in another world. The mother was very concerned, but the children were always happy. So, we found how to lighten up the topic a bit through this perspective. We started filming, obviously, without a dime, with a lot of favors and we are very grateful to all the people who helped us.

EM: Radio Matuna has been playing for three years and nowadays you are one of the most active bands in Bogotá’s music scene. Are there any stories, memories you treasure from these three years?

I’m Afro-Colombian, I’m black and I’m different from this city that views itself as white. But, what does this mean beyond skin color and physical traits?” says Leonardo Rúa, who fronts Radio Matuna.

LR: Yes, the day we launched our first single, and the day I saw our album for the first time.

Ahhh! (says with emotion), one day a couple of girls sang the chorus to one of our songs, “Real,” when they saw us walking on the street. It was great. It has been very gratifying to see people’s support and that gives us the strength to go on.

 

 

 

 

 

 

This interview has been condensed and edited for style and punctuation but not for content.

Learning to aguantar

Enclosed in the dark confines of a temazcal, a lesson on endurance and overcoming fears.

by Tracy L. Barnett

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The temazcal, or sweat lodge, is a centerpiece of the spiritual village where I’ve come to live, deep in the countryside of Mexico’s Western Highlands. One sits at the heart of the community, and many families have their own temazcal, as well. This ceremony was a special one: Juan Carlos was turning 52 — a deeply significant number. According to indigenous tradition, 52 represents the end of a cycle and the midway point of life; it is the entry into true adulthood, when one becomes an elder of the community.

He had invited friends from all over to take part in the event. Besides the temazcal ceremony, there would be Aztec dancers and an all-night flor y canto (flower and song) ceremony.

I arrived at sundown and found a large group around the fire, none of whom I knew. Juan Carlos, in all white with a red band around his head and another around his waist, spotted me.

“Are you going to join us for the temazcal?” he asked. “Well, I was thinking of it, but it seems there are a lot of people,” I answered hesitantly. “Yes, but there is a lot of temazcal!” he replied.

I looked over at the small, blanket-covered dome that waited behind us. It was perhaps three meters across, and much of that taken up by a big hole in the middle for the stones that would be shoveled in from the fire to heat the space. I was dubious, but Juan Carlos’ confidence won me over. So I joined the circle and was invited to open the songbook to a random selection.

“Tierra mi cuerpo, agua mi sangre
Aire mi aliento, y fuego mi espíritu,” we sang.

“How does it make you feel?” asked Abuela Marta, whose silver curls framed a youthful, smiling face.

“It makes me feel welcome and at home,” I said. “In my pueblo, we sing the same song, but in English.”

“Bueno, will you sing it for us?”

So I did – a bit off key, but nobody seemed to care:

“Earth my body, water my blood
Air my breath and fire my spirit.”

Soon the last scraps of light faded from the sky, and it was time to be blessed by the copal incense and enter the temazcal.

Women first, each in turn kneeling at the mouth of the temazcal, asking permission to enter and touching our heads to the ground. “Todas mis relaciones (All my relations),” each of us murmured and entered the dome in a clockwise fashion, circling the hole in the center.

I tried to make myself comfortable on the damp earthen floor, squeezed between an ample woman to my left and a smaller one to my right. Our eyes met, we smiled. As my eyes adjusted to the darkness, I could make out some ribbons dangling from the star-shaped pattern in the ceiling where the bamboo frame came together.

Juan Carlos was telling us this would be a rebirth; we must leave all of our old vices and misconceptions behind and be born anew.

Hoka hey! He said, quoting the Lakotas: This is a good day to die! Our old selves die today to make way for a new one.

The group chanted with him: Hoka hey!

It’s a symbolic death, I reminded myself a bit apprehensively, and shouted out my own battle cry.

“Remember that inside the temazcal, we are all connected – all one single heart,” Juan Carlos said. “If one of us is struggling, we can all share with that person our strength.” I never imagined that I might be the struggling one.

I was an old hand at sweat lodge ceremonies back in the States; I had endured a five-round sweat that practically melted me into the Earth. I felt that my temazcal credentials were secure, and I wasn’t worried.

Soon the temazcal was full, and Juan Carlos urged us to squeeze in tighter. “There are still 10 more of us,” he said.

I was seated at the back, squeezed in tight between my neighbors, and there was no room to move over. In front of us were a row of men and they found a way to accommodate a few more people. Now I was pressed in from the front as well as both sides. I thought about the people who had died in a sweat lodge in Arizona two years ago. My family would never forgive me if I died in a temazcal ceremony. I laughed at myself – these people were old hands, and there was no need to worry about such a thing.

I focused on the glowing Grandmother Stones as they were one by one shoveled in; with every new rock the people sang a welcome:

“Bienveni-ida, bienveni-ida, bienvenida abuelita (Welcome, grandmother).”

Juan Carlos moved each of them into place with a pair of deer antlers and blessed each with a chunk of copal incense. The pungent scent filled the air.

“Puerta!” Juan Carlos cried out, signaling for the fire keeper to lower the flap of blanket over the door, our last remaining source of light. Now we were immersed in total darkness.

The singing and chanting began, and I tried to sing along, to submerge myself in the rhythm of the drum. But the fire was smoking badly, and I needed to cough. I hadn’t been afraid of the heat, but it began to dawn on me that there are other ways to die in a temazcal.

I tried to breathe through my fear and the intense discomfort of my rising claustrophobia. I stared fiercely into the glow of the grandmothers. Then a woman’s voice cried out, asking permission to leave.

“Why do you want to leave?” Juan Carlos queried.

“I feel bad – I feel crowded, I can’t breathe, I feel like I’m going to suffocate,” she said, an anguish in her voice that reflected my own repressed fear. “I can’t stand it.” I felt bad for her, but at the same time I felt relieved. I wasn’t alone in my distress, at least. And now, perhaps, I could leave.

“Very well, you can leave if you really want to. But first, tell me more. What’s your name?”

“Laura,” she said.

“When did you first feel this way? Was there someone who made you feel this way when you were a child?”

She began to sob.

“Was it your mother? Your father? A brother or sister? A man?”

She sobbed harder.

I began to feel the panic rising; since a bout with pneumonia years ago, I have struggled with bronchitis and a phobia about not being able to breathe. I needed space to cough. Space that I didn’t have.

Time to face your fears, I told myself severely.

“Who was it? You can share it with us!”

“My mother!” she finally gasped. “She controlled my every move, she suffocated me, I couldn’t stand it.”

“Scream out your fear!” Juan Carlos urged her. “Scream it out!”

A shrill, frightened scream filled the darkness.

“Again! Let it out!”

Another – this time stronger – and another.

“Excellent – how do you feel now?”

There was a pause. “Better,” she finally said, quietly.

“Do you want to leave now, or do you want to aguantar?”

Aguantar means to endure, but in Spanish, it has a greater connotation of strength and nobility than in English, where often it’s taken to mean helpless, hapless suffering.

Laura was neither helpless nor hapless.

“Aguantar!” she cried, with all her might.

A cheer went up in the darkness, and my heart sank. I realized in my distress that I had been hoping she’d leave and create a space for me to leave soon as well… or at least create more space for the rest of us. I swallowed my shame and joined in the singing. Steam rose in great clouds in the darkness as Juan Carlos splashed water on the rocks.

Volamos como águilas
Volamos muy alto
Alrededor del cielo
Con alas de luz
(We fly like eagles, we fly very high, all around the heavens, with wings of light…)

I didn’t feel like an eagle, I felt like a small sweating animal in a cage, and I longed for air and for light. I prayed for a speedy round.

Soon my prayer was answered. “Puerta!” rang out – a cry for the door to be opened. The glowing flames beyond the door reassured me, and a cool breath of air swept through the dome.

“Permission to leave!” rang out another voice. This time it was the woman beside me – Miriam. “I have to attend to my son!” She was already rising to her knees and my spirits rose. Now I would have some space. But no – Juan Carlos was questioning her.

“What is it, Miriam? Why are you wanting to leave!” she sank to her knees. “Many things,” she murmured.

“What is it?”

Miriam sighed. “It’s my son – I realized he has no jacket, and it’s cold. And also… I’m feeling claustrophobic, and my back hurts.”

“What is it really, Miriam? Do you want to share?”

Miriam was trembling next to me. She began to cry. “It’s very hard,” she said.

“That’s it, let it out,” Juan Carlos encouraged her. “You can draw on our strength. Fuerza hermanita (strength, little sister!)” he cried out.

“Fuerza!” cried out the others.

“How do you feel, hermanita?”

“Better.”

“Do you want to leave, or aguantar?”

“Aguantar.”

She rearranged herself and I felt more closed in than before. I sighed. There was no escape now, without seeming like a wimpy gringa.

I analyzed my situation. I was intensely uncomfortable, but the small amount of congestion in my lungs was manageable, I could breathe through it. I was not being seized by the coughing fit I had anticipated. I rose above the panic and looked at it. “Aguantar,” I said to myself, and settled in for another round.

This one was filled with yet more anguished voices seeking relief: There was the mother who feared for her son, who had changed since he started spending time with a new, malicious group of young friends; and there was her son, who amazingly responded from the other side of the temazcal, sharing his own anguish: he was afraid if he didn’t go with the group, they would beat him up. Prayers went up for the boy and his mother; the boy was urged to go on a vision quest, and a song was dedicated to him.

There was a man who had hurt his wife and a woman named Jessica; he pleaded for forgiveness.

And there was me, remembering my mother in the darkness of her bedroom, fighting for her life in a nearly lethal respiratory condition that has never been diagnosed; she cured herself over a period of years through a macrobiotic diet and therapy.

Aguantar, I thought. I come from strong stock. If my mother can do it, so can I.

“Prefiero esta medicina, a estar internado en un hospital,” sang Juan Carlos – I prefer this medicine to being interned in a hospital. Gradually, like a light gleaming in the darkness, I understood why I was here. This was part of the medicine. I was learning to aguantar.

I raised my voice in the chant. Yes, I prefer this medicine, too.

I came to this place to work on unifying my fragmented mind, body and spirit; too many years in front of a computer screen, distracted from the distractions that serve as the centerpiece of a life in a modern metropolitan newsroom. My unruly, wild mind resisted meditation; my stiff body balked at yoga. My concentration was shot, and I wasn’t sure I could really believe in anything anymore.

Here in the steamy heat of the temazcal, all of that melted away to something more essential.

Something, like the red-hot rock at the core of my being, flickered and glowed. I relaxed and breathed in the heat, medicine for my weary soul: the knowledge that I could dominate my fears, that I could strengthen my too-soft body, mind and spirit. That I was, in fact, already doing just that.

“Remember these are just our bodies. We are masters of our bodies; we are parts of God, and we can make our bodies do our will,” the fierce voice of Abuela Marta rang out.

I had prepared myself for four rounds of 13 stones apiece, 52 stones, one for each of Juan Carlos’ years. But at the end of the third round, with the man in front of me retreating from the fierce heat of the fire and pressing back against me, with my back aching and the ground below me turned to rocky torture, I felt I had endured enough. It had to have been three hours by now; I was strong enough already.

“It’s time for the last round, and it will be fuerte,” Juan Carlos said. That seemed to be my opening. I started to rise.

“Permiso para salir,” I said.

Miriam reached out to me in the darkness. “Do you really want to leave? It’s just one more round. I can give you more space if you need it,” she said. The men in front moved a bit to help me. “Do you want to leave? Or do you want to stretch out your feet and put them here?”

I could breathe a little freer. Just one more round. “Sí, quiero aguantar,” I gasped.

Three more rounds went by — yes, it was not one, but three, perhaps another hour, perhaps two — but it was worth it. Many lessons came to me in the darkness of the temazcal that night. One round was dedicated to the Coyote Spirit, and the chant was a Lakota laugh at death, at terror, at suffering, at life itself. I thought I saw the shadow of the coyote crouching in front of the door.

“Death is nothing to fear — I can tell you because I’ve been there,” Abuela Marta, a warrior woman whose gentle features and kind voice belied a life of hardships, told us. ”I was dead for 15 minutes in a hospital in Querétaro after an accident and I can tell you it’s the most beautiful thing that ever happened to me. Don’t be afraid.”

“Hey, hey, o wah hey,” we chanted. “Ho, ho, ho.” And all the suffering seemed at once to be tremendously funny.

We ended the last round with a cheer and made our way one by one to the door of the temazcal, the mouth of the womb of our Great Mother. “Welcome,” Juan Carlos greeted me with a warm embrace, and then Abuela Marta. “Congratulations.” I went around the fire and received an embrace by each of those who had gone before. Warming my sweaty new self by the fire, I felt a new freshness and a lightness in my lungs and in my mind. I felt ready to … aguantar… practically anything.

Tracy L. Barnett

Tracy Barnettis an independent writer currently residing in Tlajomulco de Zúñiga, México. In a journalism career that has spanned three decades, she has covered everything from presidential campaigns to farmworker campaigns. Now her primary assignment is learning how to live. To see more of her work, visit her website www.tracybarnettonline.com