José Ovejero descansa en el amor de ser un escritor feroz

La invención del amor marca un punto de giro en relación a su anterior producción de escritor duro con los lectores e inclemente con sus personajes.

por Solange Rodríguez Pappe
Entremares Magazine

El 2013 ha sido un buen año para José Ovejero.

En marzo pasado se enteró que Triángulo imperfecto, con la que había decidido probar suerte en el premio Alfaguara de Novela, uno de los más codiciados por los autores hispanos debido a su generosa dotación económica y la masiva campaña publicitaria pensada para difundir la novela ganadora, se había alzado con el triunfo.

Con esta victoria sobre casi 800 manuscritos —un récord  para la convocatoria del concurso— Ovejero inició una gira de promoción por 13 países y en junio llegó a Ecuador para hablar de su texto, ahora titulado La invención del amor. Este libro marca un punto de giro en relación a su anterior producción como escritor duro con los lectores e inclemente con sus personajes, a quienes, desde 1990, ha sometido a sus situaciones incómodas favoritas: los viajes y las postergaciones.

“Sí, me salen bien los desadaptados. Y soy consciente de que he sido  un escritor feroz, pero no estoy obligado a seguirme manteniendo en esa misma línea toda mi vida”

JOSÉ OVEJERO
Escritor

El mismo Ovejero admite que le ha hecho bien tomar un respiro de su dureza—Escritores delincuentes (2011) y La ética de la crueldad (2012), este último galardonado también con el anagrama de Ensayo—, lo han llevado a seguir siendo asociado con lo retorcido y lo escabroso. Ante el peligro del encasillamiento, Ovejero decidió esta vez ser consecuente con la misma naturaleza mutable, que lo ha impulsado a ir de un lado al otro del globo, y elegir el tema del amor, dando con eso un respiro a su pluma hábil para la creación de ermitaños y canallas. “Sí, me salen bien los desadaptados”, admite. “Y soy consciente de que he sido  un escritor feroz, pero no estoy obligado a seguirme manteniendo en esa misma línea toda mi vida”.

Sin embargo, la clasificación, esa tendencia de la mente a colocarlo todo en una casilla del tablero y esperar a que no se desplace, parece ser inevitable para tener una visión tranquilizadora del cosmos literario. Esa misma preferencia que ubica a los escritores por género  y se desconcierta cuando hay ciertos cambios en el registro, ha sentenciado que hay dos tipos de escritores: unos, como las hermanas Brontë, imaginando desde la sombra la claridad del mundo que han decidido no explorar, y otros, como Hemingway, vitalistas y excesivos, incursionando en el territorio que desean retratar para olisquear la sangre de primera mano.

Ovejero parece encajar mejor con el segundo tipo, aunque no se cansa de repetir que los uniformes no le van, porque cada vez que siente que se ha calzado uno, huye, se camufla, se mimetiza en comarcas que no parecían ser las suyas, es decir, viaja. Ovejero, en sus primeras publicaciones de la década del noventa, fue un peregrino que se confiesa a sí mismo como infiel a su pasado, emprendiendo viajes para encontrarse a sí mismo en algún otro lugar del mundo.

En China para hipocondriacos (1998) afirma de sus habilidades como escapista: “Cuando cambio de lugar desaparecen los mundos anteriores  que habité, sustituidos por el nuevo al que acabo de llegar”. En esos primeros libros de este autor, donde los espacios significaron mucho dentro de la historia, figuran obras donde Ovejero puso el cuerpo y se dio maneras para estar presente en los lugares sobre los que iba a escribir: Biografía del explorador (1994), Bruselas (1996) y Huir de Palermo (1999). En aquel entonces el español había realizado un importante cambio en su vida, fascinado por todo aquello que le exigiera  renuncias y desafíos. Inicialmente se había trasladado a Bonn y luego a Bruselas, donde trabajó como intérprete en conferencias para la Unión Europea. Otra vez Ovejero se prueba y decide aplicarse con los idiomas, que no se le dan precisamente fácil: alemán, inglés, francés e italiano. “Traducir es también contar una historia, con la diferencia de que tienes que ponerte en la mente de los otros”. Desde el 2001 prefiere ya no volver a hacerlo más.

Hasta ese entonces, la mirada que Ovejero tenía de la vida literaria era más bien la de un descreído de las alianzas y zalamerías del medio. Ermitaño y pulcro hasta el punto de repetir y borrar neuróticamente días enteros de trabajo, en “El premio”, cuento perteneciente al tomo Qué raros son los hombres (2000), fabula una historia donde la mejor manera de obligar a un escritor que ha sido rebelde a traicionarse, es concediéndole un premio literario. “Vas a ver como se amansa”, dice uno de los personajes refiriéndose al triunfador. “En cuanto le pasen dos veces la mano por el lomo y le echen alguna golosina”.

Ovejero lo tiene claro, es un escritor profesional y entiende, tal como lo dice su amiga Rosa Montero en un artículo para El País, que “escribir es resistir”.

La resistencia de Ovejero consiste en no teclear nada que no desee escribir y en haber hecho de la literatura el centro de su vida desde que publicó por primera vez a los 35 años.

La resistencia de Ovejero consiste en no teclear nada que no desee escribir y en haber hecho de la literatura el centro de su vida desde que publicó por primera vez a los 35 años. “Aunque en España, comer solamente de las letras, resulta cada vez peor”, sentencia. En un medio donde los premios literarios son vistos como un abismo atractivo que presentan el riesgo de la pérdida de la voz propia en pos de los intereses editoriales, Ovejero ha resistido y conseguido premios como el Primavera de novela en el 2005, gracias a Vidas ajenas, y el primer puesto de Ensayo (Anagrama 2012)  con La ética de la crueldad. “Ganar un premio grande te pone bajo sospecha”, admite. Pero escribir, es resistir.

Por esta razón, luego de los trajines del Primavera de novela, a las vorágines promocionales las toma con calma. En declaraciones de ese tiempo, dijo al periodista Luis García, de Literaturas.com, una frase que resulta también vigente para el demandante tour del Alfaguara: “Al fin y al cabo, si se presenta uno a un premio, corre el riesgo de ganarlo […] pero como sé que son dos meses y después vuelvo a mi vida normal no me preocupa; además, teniendo en cuenta la dotación y las repercusiones, no creo que sea como para andar quejándose por minucias”. Y por eso, cuando se le pregunta por sobre qué tiene pensado hacer con los 175,000 dólares que acaba de recibir, contesta con frontalidad y simpleza: “Vivir, no voy comprarme un yate”.

Para la proeza de recorrer 13 países en dos meses, el movedizo Ovejero ha debido reducir al mínimo todo lo demás: ha aplazado compromisos, postergado artículos y dosificado las clases de taller de escritura online que impartía hasta hace poco. Pero lo que sí ha mantenido es el blog por entregas “Larga distancia”, del sitio web de El País, donde transcribe las impresiones de su gira de promoción por los lugares que recorre. De su paso por Ecuador, menciona su visita pasada en que dio un paseo veloz  por Mindo y por las Galápagos, aprovechando para dar forma al personaje de Olivia, una asistente doméstica ecuatoriana quien aparece en la novela Nunca pasa nada (2008)  y de la imposibilidad que tiene para encontrar la obra de escritores jóvenes.

Las nuevas generaciones están en la mira de Ovejero para su siguiente acto de transformación. Tiene pensado dar forma a un libro de cuentos, pero estudia técnicas, recursos, tonos frescos para procurar esta vez un efecto diferente y hasta allí da detalles, luego de eso, prefiere abandonar las infidencias acerca de lo que espera del futuro.

Quien lee La Invención del amor y sonríe reconfortado por la apuesta que el protagonista Samuel hace por la esperanza de una vida romántica junto a Carina, es probable que no sepa que hasta el año pasado los malos, los brutales y los perversos eran los héroes favoritos de Ovejero e incluso, su tratamiento del amor iba más bien por el lado de la postergación y del cinismo. Trece años antes, en la historia “Entre líneas”, que consta en el tomo sobre amores contrariados Tu nombre flotando en el adiós (2013), testifica un Ovejero que juega a ser autobiográfico: “La vida es así, ¿no?, una concatenación de historias sin final, de hilos argumentales sueltos. Hay que conformarse con ello”. El amor, según Ovejero, es un gran final abierto, pero el autor esta vez no se opone a que los lectores coloquen un happy ending.

Entre los favoritos de Ovejero, además del inclemente narrador  sudafricano, Coetzee, está la poderosa austriaca Friedrich Jelinek consagrada por La pianista (1983) — esa sórdida historia de amor maternal. A ella, por cuya obra el español reconoce sensaciones de atracción  y repulsión, le dedica un ejercicio de brevedad llamado E. F. donde se supone que ella ha desaparecido y un grupo, entre los que está el narrador, emprende su búsqueda. “Teníamos premoniciones de sangre y objetos punzantes, de aguas turbias y olor a humedad en un lugar cerrado”. Pero Jelinek aparece viva y los burla a todos, dejándolos profundamente perturbados. No siempre lo que se espera de un autor es lo que él suele darnos.

Por eso, Ovejero, ese escritor delincuente que juega con registros, mascaradas y rostros falsos polimorfos solo por el placer del desconcierto, también nos ha tendido una trampa. Anuncia estas intenciones en La ética de la crueldad: «Los escritores crueles a veces escriben libros amables, ese es su descanso entre dos asaltos».

«Los escritores crueles a veces escriben libros amables, ese es su descanso entre dos asaltos».

JOSÉ OVEJERO
Escritor

Ovejero, solamente reposa en el amor para darse un descanso de seguir golpeando sin contemplaciones, no debemos ser tan confiados al creer que se ha reformado.

 

 

[alert type=»yellow»]José Ovejero Si desea conocer más sobre el escritor y su obra, puede visitar su sitio Web www.ovejero.info[/alert]