Un transeúnte de la literatura

Tras 20 años sin publicar una novela, el escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo presenta El Pianista que llegó de Hamburgo, la primera de una saga de cinco libros. Pardo conversó con Entremares Magazine sobre la guerra, el amor y el oficio de escribir.

por Julia Beatriz Gutiérrez

Bogotá • Una sinfonía entre literatura e historia surge mágicamente de las páginas de El Pianista que llegó de Hamburgo (Cangrejo Editores, Bogotá, 2012), la nueva novela del escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo, en la que narra la tragedia que arrastra la guerra y el drama de amor de un bello personaje hamburgués que llega a Colombia: Hendrik Joachim Pfalzgraf.

Gracias a esta obra, el autor retoma la narrativa histórica que lo presentó al mundo de las letras con El Jardín de las Weismann, sin dejar de lado los avatares de la cotidianidad que envuelven a sus personajes en obras del mismo género como Irene y Seis Hombres una Mujer o en las antologías de cuento Las pequeñas batallas y Transeúntes del Siglo XX.

Se podría decir que este libro es la suma de un trabajo “sin prisa pero sin pausa”, como diría su hermano, también escritor, Carlos Orlando, en el que se refleja la realidad de la sociedad colombiana que irremediablemente empuja a quienes la conforman en un maremágnum de hechos que trazan su destino.

Cada suceso es la puntada de una cadena armoniosa en la que se mezclan la rigurosidad histórica, la riqueza del lenguaje y los conflictos emocionales de Hendrik, en los que en ocasiones nos sentimos frente a un espejo.

El pianista no está solo. Surge como el abrebocas de una saga de cinco libros que, poco a poco, irán viendo la luz y nos permitirán mirar las entrañas de un mundo que, a veces, se nos sugiere irreal pero que irremediablemente ha marcado la vida de los colombianos.

Jorge Eliécer Pardo invirtió 20 años tejiendo esta filigrana denominada El Quinteto de la Frágil Memoria, sumergido en su biblioteca, leyendo viejos periódicos, escuchando contadores de relatos y recordando su propia realidad como testigo fiel de la violencia interna en la Colombia del siglo XX — la que vivieron sus padres y abuelos.

La literatura es su razón de ser. Por ella, un día decidió dejar de lado la cátedra de literatura, profesión en la que se había titulado, y dedicarse a vivir de la mano del periodismo.

Entremares Magazine se sentó a hablar con el escritor, una tarde soleada de octubre, en una de las tiendas de la Federación Nacional de Cafeteros en donde se degusta el café colombiano, cerca de la calle 72, en el centro financiero al norte de Bogotá. Asiste a este sitio puntualmente todas las tardes. Allí se da cita con diversos personajes del arte y las letras con quienes se sumerge en discusiones sobre su oficio o acerca de los últimos acontecimientos de la política nacional.

En su cita con Entremares Magazine lo escuchamos con su forma de hablar agradable, llena de humor e irreverencia.

Entremares Magazine (EM) • ¿El punto de partida de El Pianista que llegó de Hamburgo es el mismo de El quinteto de la Frágil Memoria o cada libro tuvo una fuente de inspiración diferente?

Jorge Eliécer Pardo (JEP) • En 2012 cumplía 20 años sin publicar una novela. Desde Seis hombres una mujer, editada por Grijalbo Mondadori. Mi generación fue estigmatizada por el tema de la violencia en la literatura (la que ocurrió luego de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, conocida por los violentólogos como La Guerra de Laureano Gómez). Mi ópera prima, El jardín de las Weismann, fue recibida con grandes expectativas por críticos y lectores (lleva ocho ediciones, traducida al francés por Jacques Gilard y con una adaptación para la televisión colombiana), sin dejar el tema social escribí Irene y Seis hombres… que ausculta los resquicios existenciales de parejas enamoradas en un entorno lleno de contradicciones ideológicas y políticas. Desde entonces, comprendí que las vidas de autores y amigos no eran tan sugestivas y trascendentes para escribir novelas. Esta tendencia pululaba en los años ochenta. El país se desangraba ante nuestros ojos. Me retiré a estudiar la historia de Colombia, la historia de nuestras confrontaciones desde antes de la Guerra de los Mil Días. Entendí desde entonces que no quería hacer novela histórica a la manera de Georg Lukács sino desde los anónimos y sus vidas simples que la guerra espoleó. Inicié la escritura de un libro sin nombre que fue tomando cuerpo, que se engulló mi infancia, mi juventud, mi madurez y seguía ampliando el espectro del amor y la muerte. Imposible editorialmente publicar un libro de más de 2,000 páginas. El mismo libro me indicó el camino para separarlo en cinco, cada uno con su propia autonomía.

EM • Cuando dice que duró 20 años haciendo las cinco novelas, surge un interrogante: ¿sintió angustia porque el tiempo transcurría y no llegaba al punto final?

JEP • Mi angustia crecía en la medida que estudiaba la realidad triste de nuestro país. Pasé por estados de ira e intenso dolor, de lágrimas y preguntas y llegué a la conclusión de que esos mismos dolores debía ponerlos en la piel y el corazón de mis personajes. No me preocupaba el punto final. Si el escritor sabe el punto inicial y el final, no permite a sus seres imaginados que deambulen libres por el libro. He afirmado que sufro mucho escribiendo, no solamente por los temas sino por el lenguaje y el estilo, por eso viajo con mis libros, duermo con ellos, los corrijo hasta la demencia.

EM • En El pianista sorprende la descripción detallada, en ocasiones metafórica, de los elementos que rodean a los personajes, sus sentimientos y la música frente a la narración de unos hechos que afectaban a dos naciones. ¿Fue difícil entremezclar estos lenguajes o, en ocasiones, sintió que la historia le ganaba a la literatura o viceversa?

JEP • El escritor no busca las historias, ellas encuentran a sus autores. Las Weismann de El jardín nacieron en mi niñez viendo a unas mujeres enfiladas hacia la iglesia. A los 20 años conecté la violencia de la Segunda Guerra Mundial con la guerra colombiana, desde el amor y la metáfora de las flores. No buscaba volver a hablar de otro judío alemán, no. En un viaje a Alemania, que no incluía Hamburgo, el azar me llevó allí, a la casa de Brahms, navegando por el Báltico con un músico que me contó la historia de su abuelo que siempre soñó con vivir en América. Lo demás fueron los sueños y el Concierto Número Uno para piano de Brahms, lenguaje donde la poesía se mezcla para los silencios. Creo que es una novela de silencios, como los tiene la música para existir, como los tiene el amor para existir. Tenía claro que la historia con mayúsculas debía ser controlada, no por el autor sino por el personaje.

EM • La felicidad le es esquiva a sus personajes. ¿Por qué los sumerge en la desventura? ¿Cree que la guerra condena a los que la viven?

JEP • Lamentablemente el proyecto humano tiende al total fracaso. Estamos devorándonos el planeta, destruyéndolo. Y las guerras se lo devoran de la misma forma. La pobreza en el mundo es otro de los anuncios de la destrucción. El hambre y, sobre todo, la indiferencia de los que determinan que el mundo sea como es. Quizá por eso mis personajes se refugian en el arte, la música, la poesía. La felicidad no existe, la felicidad es un momento fugaz entre dos angustias. Existen escasos momentos de felicidad que sumados no llegan a ser la felicidad. Por eso la desventura, por eso el romanticismo a ultranza, por eso los silencios. Todas las guerras nos condenan a la infelicidad y a la desventura. No sólo quienes las viven de manera directa sino a los que nos duelen en la piel de los desaparecidos, de los sacrificados.

EM • Hendrik, el personaje de El pianista es un hombre derrotado no sólo por los hechos externos sino por su misma naturaleza. ¿Considera que más que el mundo que lo rodeó, él fue el artífice de su desgracia?

JEP • Los hombres no determinan su vida. Hay fuerzas externas que los llevan al caos. Hendrik no quería ir a las filas del ejército nazi, por eso huyó de Hamburgo. Huye en pos de la libertad y la música y encuentra esa otra guerra que lo acerca a su destino, no el de los dioses sino el de los hombres. La fragilidad de su corazón de poeta no le permite hacer frente a esa realidad voraz que lo atormenta, incluido el otro dolor, el amor, enamorarse de la mujer equivocada.

EM • ¿En algún capítulo del libro se mezcla la narración con la historia del autor?

JEP • Los escritores que digan que separan la vida privada de sus libros son unos farsantes. Hay en cada personaje jirones de nuestra propia angustia. Los personajes nos confrontan, son espejos en añicos de nuestra vida, que no es la que se desarrolla cotidianamente sino aquella que está detrás de las sombras, en las lecturas, los sueños y aspiraciones, dolores y sentimientos. Hendrik me enseñó la ciudad, las pesadillas. Él soñaba con Hitler, yo, con los cadáveres que vi en mi infancia en El Líbano, mi pueblo natal. También me he creído vampiro, como él se creyó Nosferatu. Estoy regado por todos mis libros, en las cinco novelas, como salpicadas por mis espermatozoides.

EM • Sin ser su oficio ¿es difícil escribir sobre música? ¿Ha recibido comentarios al respecto?

JEP • Mi literatura siempre ha sido calificada como poética y, donde acaban las palabras empieza la música. No soy erudito ni melómano, simplemente degusto la música con sagrado rito. Soy un apasionado en todo. Los músicos me han felicitado y yo me siento como si usurpara ese sitio sagrado del arte. Pero luego vuelo con ellos con una sinfonía, con la nostalgia de un jazz o la alegría de un rock-and-roll.

EM • ¿El Pianista guarda una línea coherente con sus anteriores publicaciones o, por el contrario, surge como un ápice de su literatura?

JEP • Mis libros siempre han hablado de lo mismo y, creo, con los mismos recursos narrativos. Pequeños capítulos, redondos y autónomos. Lenguaje subyacente, simbólico, discursos no explícitos. Considero que los escritores sólo escriben un libro con múltiples ramificaciones. Lo demás no es el tiempo del autor sino el tiempo de la fantasía. Nací en un país donde la literatura para mí es un camino a la sensibilidad que hemos tendido para mitigar el sufrimiento de nuestra historia lejana y reciente.

EM • ¿Cuándo estarán los demás libros de La Frágil Memoria? ¿Nos puede adelantar algo de sus temáticas?

JEP • La temática es la misma: sagas familiares, historias de amores y guerra. Dolores y pequeños triunfos en las anónimas batallas de seres insignificantes como somos la mayoría de los colombianos. Desde las guerras civiles hasta la caída de las Torres Gemelas. Éxodos, magnicidios, resistencias, música, gastronomía, arte… todo lo que nos ponen al frente para bien y para mal. Eso es El quinteto de la Frágil Memoria.

EM • Colombia no es un país de lectores y son pocas las editoriales que publican literatura. ¿Cómo ve esta situación para un escritor?

JEP • El escritor sólo debe escribir sin ser determinado por los vaivenes del mercado editorial. El escritor verdadero escribe o se muere. Lo demás viene luego, con todo lo que la globalización y las intrigas, los gustos y las mareas económicas del mundo imponen. Escribo a la inmensa minoría que lee libros, por ellos y para ellos hago mis libros. El resto es silencio.

EM • ¿Qué se siente parir un libro?

JEP • Como el amor, existe una extraña delicia entre hacer un libro y terminar un libro. Lo demás, como el mismo amor, es verlo publicado, vestido y desvestido. Poseído muchas veces.

EM • Hay una pregunta que he querido hacerle a propósito de que su hermano se dedica al mismo oficio ¿Se nace escritor o este oficio se va forjando con el transcurrir de la vida?

JEP • Nacemos con sensibilidad para el arte, todos los seres humanos la tenemos. Algunos han sido mutilados, a otros, a través de nuestra vida, nuestros padres y maestros, nos la han respetado y cultivado. No basta la sensibilidad, se hace necesario el estudio, la disciplina, el trabajo. La obra no se construye sola, hay que ponerle alas, las que en muchas ocasiones se vuelven de cera.

EM • Ustedes crearon Editorial Pijao, en la que han publicado más de 200 libros de autores colombianos. ¿Por qué no publica sus obras allí?

JEP • Siempre he respetado las ediciones regionales, las ediciones de autor. Hay un momento en nuestro quehacer que nos obliga a confrontarnos con otros, de otras latitudes. El fenómeno de la distribución del libro en Colombia es otra de las razones para lanzarme a buscar editores con mayor cobertura comercial no tanto por el dinero pero sí para llegar a más lectores.

EM •: El periodismo también ha hecho parte de su vida. Ha dirigido el programa de televisión Babelia, la Revista de Literatura Pijao y producido los documentales de Palabra Viva ¿Existe una línea fácil de traspasar entre el periodismo y la literatura?

JEP • Siempre he ejercido el periodismo cultural que se hermana con la literatura. Fui profesor de periodismo y literatura en varias universidades y sé que hay un hilo invisible entre una buena novela y una buena crónica, por ejemplo.

EM • Ganó el Premio Nacional de Cuento sobre Desaparición Forzada con el título Sin nombres, sin rostros ni rastros. ¿Tiene algo entre manos en la escritura de este género?

JEP • Escribo y sufro un libro de cuentos que tiene que ver con dar voz a los desaparecidos en la larga guerra colombiana. Se llamará Expedición al olvido y navegará por los ríos-tumbas del país. Recogeré con respeto y poesía los pedazos de cuerpos insepultos.

EM • ¿Nos autoriza la publicación de Sin nombres, sin rostros ni rastros en nuestro portal?

JEP • Este cuento ya es patrimonio de la humanidad, no me pertenece.

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Julia Beatriz Gutiérrez

Julia Beatriz Gutiérrez es periodista y ha ejercido en radio, medios escritos y televisión en Colombia. Durante dos décadas estuvo al frente de oficinas de prensa de entidades públicas. Ha estado a cargo de la imagen de personajes y eventos nacionales e internacionales. Es correctora de textos.