headless bird por 200MoreMontrealStencils en Flickr

El pájaro sin cabeza

por Suan Pineda

Un pájaro muerto, decapitado, yacía a unos pasos de mi apartamento. Estaba tirado sobre el inerte cemento, entre escalones, uno inferior a donde reposaba un periódico igualmente olvidado por el suscriptor. Sus alas tiesas, sus plumas marrones, grisáceas quizá por el hálito de muerte, permanecían inmóviles a la intemperie de una brisa plata, congeladas en la ausencia de vida.

Lo vi de reojo. Fue lo más que me atrevía a observar. No pude distinguir más y dejé que mi imaginación y mi morbo llenaran los espacios. Me imaginé dónde podría estar la cabeza: quizá estancada en uno de los balcones, quizás a unos centímetros del cuerpo, escondida entre arbustos, quizá se la llevó el viento. Me imaginé su muerte, violenta sin duda. Me imaginé al asesino que le torció el pescuezo y que con los colmillos ensangrentados se llevó la testa huérfana. Sentí un escalofrío recorrer mis piernas mientras subía las escaleras; sentía la sangre detenerse al pasar junto a ese revoltijo de plumas.

Apresuré a abrir la puerta de vidrio y cerrarla aún más rápidamente tras de mí para impedir que se metiera ese aire frío, siniestro del verano. Y desde allí, tras una lámina de cristal, dejé que mi morbo se alimentara de la imagen, grotesca, melancólica, que de alguna manera era más llevadera con un pedazo de vidrio de por medio.

¿Cuántos habrán pasado con el mismo asco al lado del pájaro? ¿Cuántos igual que yo apresuraron el paso? ¿Cuántos otros nos fascinamos con el horror de tal escena? ¿Cuántos tendrán el valor de recogerlo y enterrarlo?

Siempre me han aterrado los pájaros muertos. En el patio, acunados entre la paja. En la playa, al antojo de las olas. En las aceras de San Telmo. En un sendero polvoriento de Madrid. Es un vuelo detenido de manera inesperada, en un destino no planeado. Es ver el mundo desde las alturas, de buscar toda la vida un nido para perder, sin aviso ni preámbulos, la palabra de mi lecho de muerte.

¿Cuántos vimos nuestro final al vaivén del azar en ese maremagno de plumas y huesos?

Enfoqué los ojos, oscurecía, los detalles del cadáver se iban borrando. «Y parece ser un pedazo de rama«, pensé. Asentí. Qué fácil son las cosas con un cristal de por medio.