El Picacho, El Salvador

La Luna

Veinte años después de la firma del tratado que puso fin al conflicto armado, la paz aún es elusiva en El Salvador.

Por Róger Lindo

NOTA DEL EDITOR: “La Luna” es un fragmento del ensayo “El planeta que estalló”, escrito en el que trabaja el autor actualmente para plasmar la realidad que vive El Salvador 20 años después de la firma del tratado de paz entre el gobierno y las guerrillas que puso fin a 12 años de conflicto bélico interno.

Verano. San Salvador. ¿Adónde empinarse unas cervezas y continuar la charla sobre los viejos tiempos? Alguien, yo con seguridad, propone La Luna Casa y Arte, a pocas cuadras de la universidad. Los sopletes de acetileno de la ONUSAL  no terminaban de destrozar el último AK-47 de la guerrilla cuando La Luna se convertía en refugio para los que buscaban una atmósfera cultural en el San Salvador de principios de los 90, un respiradero para empezar a desintoxicarse de años de cultura de aniquilamiento y autoaniquilamiento. Muchos años han pasado. Salimos del carro. Una oscuridad lúgubre, pesada, está a punto de hacerme retroceder. No sé qué pasa, es la misma ciudad, la misma calle de mi última visita, pero la sensación de que una máquina enorme hubiera succionado el aire, inyectando una atmósfera nueva y opresiva me desconcierta. Finalmente, me sobrepongo. Después de todo, me digo, este sector ha estado sumido bajo gruesas y pesadas capas de oscuridad desde siempre, como una colonia asentada en el fondo del mar. Pagamos el respectivo cover. Al fondo, en el patio del viejo caserón, un grupo discute seriamente algún asunto alrededor de una mesa. Ningún conocido se asoma o sale a saludarnos, como si la misma máquina que ha forzado este aire espeso que se respira a la entrada de La Luna hubiera reemplazado con nuevos residentes a los habitantes de la vieja San Salvador.

Llegan las primeras cervezas. José (en la guerra se llamaba José y se me antoja seguirlo llamando así) rebosa de anécdotas de su larga temporada en los frentes de guerra, y las comparte sin pretensiones, generosamente. Los otros también tenemos historias que contar.

[alert type=»blue»]ONUSAL: Observadores de las Naciones Unidas en El Salvador[/alert]

 Somos los sobrevivientes.

José describe el momento en que el enemigo ha rodeado el local guerrillero después de un chivatazo. 17 de enero de 1981. Él y otros compañeros se escurren por un túnel que les ha costado buenos meses de trabajo, pero la salida aún no está abierta: la bloquea una capa de techo, un mamparo de talpetate que hay que desbaratar para ganar la salida. Precariamente parado en los hombros de José, Jacinto suda a mares tratando de romperlo con ayuda de un cincel. Los soldados ya han entrado en la casa, saben a lo que vienen, lo que buscan. Presionan, encañonan a los miembros de la familia que ofrece cobertura al local y han dado con la entrada al túnel. El guerrillero que se encuentra más cerca de ésta puede escuchar a los soldados y da el aviso. “Ya saben del túnel”, corre la voz. Pero este fue construido el invierno pasado y aunque sólo son 15 centímetros de grosor, la capa de tierra que bloquea el exterior se ha petrificado. Jacinto agoniza.

Por cierto, se mira mucha gente joven hoy en La Luna. Van agregándose al salón conforme avanza la noche, copando los espacios en derredor del escenario. El nombre de una banda figura en la pizarra de la entrada, pero la verdad, no me molesté en leerla. Lo que sí salta a la vista es que somos los únicos clientes adultos. Además, me da la impresión de que todo el mundo viste de negro hoy. Debe ser el día de los metaleros en La Luna.

Cuando terminó la guerra creció en El Salvador una flor de pétalos de hierro y colores industriales: esperó 10 años, sin ninguna oportunidad, a que acabara la matanza, y hoy, casi 20 después, echa raíces por todos lados: ese género aparentemente es muy popular en El Salvador, que ya cuenta con un puñado de bandas metaleras: Kabala, Vértigo, Gaia, Angelus, Dreamlore, Dismal Gale, Soomdrag, Raíces Torcidas, El Ático, Kraner, etcétera, etcétera. Una flor implantada. Pesco en internet reseñas sobre Dreamlore: “Obra maestra, buen material inspirado por el death metal sueco temprano, y por la escena-trash” (Revista Oblivion, Alemania). “Death metal melódico con frenéticos fraseos trash… La América Media esconde buenas bandas” (Brutalism.com, Holanda). Qué más puedo decir. Cuenta José: El compa que escucha el progreso de los soldados en la casa anuncia ahora: “Dicen que van a tirar granadas”. Un estremecimiento recorre el túnel. Jacinto se ha desollado las palmas de las manos, y finalmente gruesos terrones caen a los pies de José. Los guerrilleros se lanzan hacia afuera como expelidos por gases. Es el momento en que un soldado le ha quitado el seguro a la primera granada para lanzarla por la bocana del túnel.

Vienen más cervezas. Más boquitas. Algún tiempo después de esta visita a La Luna Casa y Arte, me entero de que la escena en que nos hemos colado no es metalera. El grupo que empezará a tocar en unos minutos no es Dreamlore ni Vértigo, sino unos muchachos que se especializan en covers de Sublime, una banda ska-punk de California. Su cantautor, el guitarrista principal (es decir, el de Sublime), se mató con una sobredosis de heroína recientemente. Final de poeta o de rockero maldito. Viene un encargado del establecimiento con un mensaje: tenemos que mudarnos porque van a mover la mesa para abrir más campo a la pista. Es la noche de los jóvenes. El grupo que estaba reunido cuando llegamos, y cuya seriedad le confería un aura de conjura, se ha disuelto. Escogemos el sitio más apartado posible. José termina su relato y empieza uno nuevo. Siempre estoy animándolo a que escriba sus memorias, sería bueno porque los recuentos de la guerra publicados, las autobiografías, suprimen las individualidades, como si la guerra hubiera sido librada únicamente por las jefaturas. Pero lo más seguro es que eso no ocurrirá.

Ahora comparte la ocasión en que lo enviaron a Chalatenango para, por así decirlo, una consultoría breve. Pero sin esperarlo ni solicitarlo él, el mando de la zona lo escoge para participar en un combate. No ha dormido las últimas 48 horas, pero eso es una bicoca. José viene de Guazapa, el frente donde hay acción las 24 horas del día, a los ojos de los chalatecos tiene más fogueo guerrero que ellos, y será un honor que los acompañe a su tarea. No terminamos de acomodarnos en este rincón cuando Sublime, es decir cuando la banda que hace covers de Sublime, arranca con la primera pieza. Posiblemente sea Santería. Ahora sí se ha roto el último canal de comunicación entre las dos generaciones. Me levanto de la mesa, me cuelo en el estridente cono de sombra de la banda, paso revista a las muchachas. Me ignoran. Ni nosotros ni nuestras historias existen para ellos. Lo único real, lo que importa en su mundo, es que hoy es noche de viernes y que Sublime los acompaña. Hay que abismarse en la rola. En cierto momento de debilidad y fatuidad se me ha ocurrido que estos chicos debieran agradecernos a los que nos jugamos el pellejo en la guerra. Pero pensándolo bien no tienen nada que agradecer: esta generación figura en el bando de los vencidos. La guerra produjo vencedores y vencidos. En ambos bandos. Eso explicaría por qué se ven tan serios estos chicos. La verdad, nunca ha sido fácil ser joven en El Salvador (tampoco en Bangladés o Somalia, para el caso), pero ahora es peor. Los jóvenes son algo así como los habitantes de uno de esos mundos de ciencia ficción en que, un día estupendo y luminoso, se percatan de que en derredor de su comarca hay un muro invisible que les corta el paso. No se puede ir más allá. Está prohibido. El otro día platiqué con dos muchachas que acababan de recibirse de Derecho en la Universidad de El Salvador, y aun con el diploma no consiguen obtener empleo. Será porque no tienen buenos contactos, pensé. En este país no se llega a ningún lado sin influencias, sin un protector. “Lo único que me queda es irme”, me dijo una de ellas. Es decir, emigrar. La guerra no rompió el muro. La paz es un fiasco. No se cumplió el programa, o se cumplió a medias. Aun los chicos que se han portado bien y seguido las instrucciones para alcanzar un brillante futuro, como estas muchachas, no tardan en darse de bruces contra el muro. Esto podría tomarse como una indicación de que el país está produciendo más profesionales de los que necesita: un país que sólo consume y que produce muy poco no necesita muchos. Quizá la razón sea que estamos produciendo profesionales deficientes, o el tipo de profesionales que no necesitamos. Pero estas reflexiones no llegan aún al fondo de la botella. Leyendo los periódicos del país lo que salta a la vista es que las únicas opciones para la generación de la posguerra (a falta por el momento de mejor designación, quizá porque la posguerra se ha alargado indefinidamente —igual sus enconos, adjetivos y acondicionamientos—, o porque todavía no ha aparecido el mojón que me sirva para mejor clasificarla) son matarse entre sí o emigrar. La autodestrucción o la fuga. Lo cierto es que decenas de muchachos y muchachas son convocados todos los días a las primeras planas de los noticieros y paseados en las ruedas de prensa por un amplio espectro de delitos, desde robo a mano armada hasta crímenes que antes sólo asociábamos con escuadroneros. Un país de obreros y campesinos se transformó en país de mareros, comentan en casa después de oír de la matanza de mejicanos. “Desde que tenía cinco años empecé a absorber a la pandilla de la calle 18, lo que hacían, quiénes eran sus enemigos, sus señas, su lenguaje, su vocabulario, lo que los distingue del resto. Aprendí eso, lo dominé, lo viví, lo hablo… ¿Y de un día para otro voy a abandonarlo?… Eso sería como decirle a Mick Jagger que tiene que dejar el rocanrol y convertirse en un predicador o en un bailarín o en cualquier otra cosa”, dice ‘Duke’, un miembro de la 18 abordado en Los Ángeles por la BBC. Se le puede ver en YouTube en un reportaje de tres partes que hizo la cadena británica. Después de varias peripecias, Duke termina en el penal de Chalatenango, donde son alojados los internos de la mara 18, y hasta ahí lo sigue el equipo de la BBC. Una de las secuencias lo muestra apadrinando a un puñado de chicos más jóvenes. Es su protector, su preceptor, su modelo, su instructor. Seguirán sus pasos. En una reunión con empresarios salvadoreños en Los Ángeles —para convencerlos de que ahora es seguro invertir en El Salvador—, el Jefe de la Policía Nacional Civil Carlos Ascensio no puede evitar mencionar la existencia de niños sicarios que reciben su bautizo matando por encargo. Las pandillas se reproducen todos los días en las mentes y los corazones más tiernos, más atrevidos, más indispensables.

La persistancia de las maras y el sadismo de las maras han contribuido mucho a que cierta área del discurso público —ya no se diga el privado— se haya tornado tan virulento en los últimos años. El asedio que la población ha sufrido de parte de las maras ha provocado un odio tan visceral, que estalla diariamente en las pizarras para comentarios de los diarios salvadoreños en la red, en los blogs, en las cocinas, en las conversaciones cotidianas y en cualquier espacio donde haya discusión sobre la calidad de vida en el El Salvador. Lo peor es que esa virulencia ha intoxicado las mentes con una manera de pensar tan corrosiva y peligrosa como autodestructiva para un país que relativamente acaba de salir de una guerra. La gente está encabronada, no se puede tener una discusión sensata. Domina el sifuerayolosquemaríaylesdestriparíalosgüevos. Pero para qué inventar, si no escasean citas reales:

 “… algún día nos vamos a hartar y creeme que vamos a tomar las cosas por nuestra cuenta, tanto para los pandilleros como para los políticos del partido que sea”.

[‘Carlos’].

 “NI EL EJÉRCITO NI LA POLICÍA PUEDEN ASÍ QUE FORMEN ESCUADRONES ELITES PARA DETENER EL SUFRIMIENTO DE LA FAMILIA SALVADOREÑA…”

(“PÓNGANLE PARO YAAAAA”)

«El que a motosierra MATA, a motosierra debe de MORIR. Y que NO vengan la beatas, ‘pastores’ y curas DEFENDIENDO a estos criminales, ya que estos ‘NI ALMA TIENEN’. !!!!! YA BASTA, HAY QUE APROBAR LA PENA DE MUERTE COMO EN LOS ESTADOS UNIDOS (CAPITALISTA) Y EN CUBA (COMUNISTA) o como en IRÁN (ISLAMISTA) O EN ESTADOS UNIDOS (CRISTIANISMO) !!!!!!”

(“ojo por ojo , SIERRA POR SIERRA”)

 

“…hay algunos salvadoreños que se están volviendo psicópatas cavernícolas como estos… y estos lo único con lo que se les debe castigar es con la muerte… como dicen por ahí… muerto [el] perro se acabó la rabia”.

(‘Sompopo Aplastado’)

Este tipo de desahogos, de fantasías de exterminio y mutilación son tan copiosas hoy que no hace falta rebuscarse para juntar una muestra, como setas venenosas después de un temporal. Es el habla palpitante, atemorizada, agraviada de todos los días. Y está en todas partes. Es cierto, las pizarras de comentarios de internet, y no sólo en El Salvador, están llenas de energúmenos. Pero en este caso son la reacción de una sociedad exasperada, escarnecida, empavorecida que no ve soluciones. El problema es que esta rebullición y esta manera de pensar se ha extendido y saturado todas las capas y rincones de la sociedad, y enganchado a la gente común y ordinaria, de derechas y de izquierdas, como si de repente el país —bueno, quizá no de repente— hubiera adoptado la mentalidad de la derecha escuadronera. Ciudadanos normales que tal vez nunca cobijaran, menos expresaran, semejantes emociones hoy piden linchamiento, destripamiento de güevos, fusilamiento. Hay mucha frustración, sobresaturación. Las atrocidades cometidas —y atribuidas— a las maras han acabado por alimentar una nostalgia del autoritarismo y los cuerpos represivos. Pero esos métodos y esos procedimientos no tenían por finalidad dar seguridad a la población, sino más bien mantenerla en cintura en beneficio de un orden económico dominado por señores de horca y cuchillo. Por eso hubo una guerra. Ahora muchos salvadoreños no aspiran ya a tener policía y ejército profesionales y civilizados, sino la vuelta al Terror, a los tiempos legendarios del general Martínez y la Guardia Nacional. Un terror contra las pandilas que es también un terror contra los jóvenes. Aunque no se diga, ahora ellos son el enemigo.

No toda la violencia la causan las maras. Una porción de los desmanes viene de ciudadadanos comunes y armados hasta los dientes siempre predispuestos a zanjar discordias cotidianas —un espacio de estacionamiento, una mala mirada, cualquier malentendido— a balazos. Otra parte se origina en el crimen organizado, un ente corporativo con grandes utilidades y ramificaciones y conexiones, y que cuenta con complicidades en las altas esferas políticas y económicas. Pero la población no está para hacer esos distingos. La gente quiere acción, y ya vemos de qué tipo. Esa virulencia de la que hablamos y la mentalidad de linchamiento han terminado por enfilar contra las organizaciones y los partidos y las figuras que piden mesura y una estrategia integral, y que abogan por abordar el problema de las pandillas y la violencia como un reto social, integral, holístico, etc. Más bien, la opinión pública —agitada e instigada, es cierto, por una prensa que ha encontrado una rica vena en el asunto, y que no pierde oportunidad de sacarle filo al tema, especialmente si hay ganancia política— ha terminado viendo las organizaciones de derechos humanos y cualquier enfoque que vaya más allá del trogloditismo, como parte del problema, o de plano como el problema. Y con razón, porque esas estrategias y esos enfoques, y las recomendaciones y programas de las instituciones y de las agencias de cooperación para tratar con la endemia de las maras y con la violencia de las maras han fracasado. Y han fracasado porque no se han aplicado. Y no se han aplicado porque el tipo de intervención que necesita El Salvador para lidiar con las maras y con la violencia requiere de harta plata, de muchas bolas. Lo que sí sabemos es que las soluciones exclusivamente policiales no funcionan. Tampoco, para el caso, las escuadroneras. Los hondureños lo intentaron, y la respuesta de las maras fue ametrallar autobuses repletos de simples ciudadanos.

Pero antes de que se me ocurra meterme a hablar de la confluencia entre el crimen organizado y las maras, prefiero regresar al caserón de La Luna Casa y Arte. Es posible que una de esas chicas que se abisman en las rolas que hoy retumban frente a la banda haya sido Blanca Navarro, la chica condenada a 20 años de prisión por instigar el asesinato del estudiante del INFRAMEN, Carlos Francisco Garay. Es posible que a su lado se encontrara Jonathan D…, su novio, el que acuchilló a Garay. Pero por el momento, la tragedia no se ha presentado. Todo su ser se funde con Sublime.

No practico santería/Y bola de cristal no tengo/Bueno, tuve una vez un millón/Pero tuve que gastarlo/Si pudiera hallar a esa jeina/Y a ese Sancho que se encontró/Le metería un plomo a Sancho/Y a ella una bofetada/Lo que quiero que me digas, nena/Lo que quiero yo decir, no lo puedo definir/Oh, amor es todo lo que pido/Mi alma debe esperar mi regreso/Hallar una jeina sólo para mí…

Vuelvo a mi mesa. Aparece una nueva ronda de cervezas. Ahora José va a acabar su relato. Se encuentra en Chalatenango, en préstamo, como expliqué, asesorando a los guerrilleros chalatecos. Lleva 48 horas sin dormir, y sin que tal propósito figurara en sus planes, es incluido en una unidad que va atacar un puesto del Ejército. Pero no bien empieza el asalto se echa al suelo a dormir. De agotamiento. A 30 metros de las casamatas enemigas. Y ni siquiera el fragor del combate, ni los tiros o las explosiones de minas, papas y granadas lo despiertan. No abre los ojos sino hasta las cinco de la mañana, cuando la batalla ha terminado…

Róger Lindo

escritor y periodista, es director de la Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI) de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de El Salvador. Regresó a su país natal después de 20 años en Los Ángeles, California, donde se desempeñó como periodista en el diario La Opinión. Entre su producción literaria se destacan la novela El perro en la niebla y el poemario Los infiernos espléndidos.

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