Andando a Bogotá

por Lina Peralta Casas

De qué extraña manera Bogotá viene siendo mi ciudad. Sólo ahora, en el regreso, cinco años después, comprendo que sus calles son las calles que conozco, que su ritmo es un alegre movimiento en desorden que se deja explorar, es un incesante coordinarse con otros en un mundo en común del cual participo. Mi andar se adapta a sus calles, a sus parques, a sus múltiples espacios, a su naturaleza tropical.

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Camino a Las Lajas

El camino de vuelta a la brisa y la arena constituye un exorcismo para quien dejó la costa panameña por tierras sin litoral.

Cinco puntitos flotan entre las olas, resisten la cadencia de la marea. La luz ámbar del atardecer apenas permite distinguir las cabecitas de los niños pescadores, que en un último intento apuestan al mar y se aferran a la red, como quien se ase al billete de lotería.

Inhalo el aire salado, denso de nostalgia; la arena, traviesa, burlona de antaño, juguetea con mis pies; y mi cabello por fin siente la libertad de la niñez después de años a la intemperie de brisas foráneas.

Casa, al fin casa. Creo que ella también me extrañó. Desde lejos escuché noticias de sus cambios, de sus avances, de nuevos amigos.

Las Lajas, ya no eres una niña, como te dejé. Vengo a decirte adiós. A esta arena que desprecié y pateé. A tus palmas que intenté trepar. A tus aguas que siempre intentaron tragarme. A tus piedras que me mostraron el camino fuera de ti.

Los niños pescadores emergen de las aguas con pocos frutos y rumiando más planes de pesca. Analizan la red: uno que otro pez se retuerce entre las cuerdas. Los contemplo inmóvil. Yo tuve su edad; yo estuve aquí, pero nunca pesqué.

Temí, tal vez, hundirme en ti, Las Lajas. La salida nunca es fácil y volver es un exorcismo – años de experiencia, de andanzas y de excentricidades se desprenden ante ti, frente al mar, de lado al sol –. Desnuda queda esa niña temerosa de tus aguas, rabiosa de tus desprecios.

Me aferro a ti, Las Lajas, la inocente, la ignorante, la culpable, como los niños que empuñan la red, y rumio mis planes de venganza, de redención, retorciéndome en una malla de arrepentimientos.

Pero hoy, en mi regreso, el cielo es dulce. Si hubieses sido siempre así, nunca te habría dejado, Las Lajas.

La noche apura a los niños a sus bicicletas; juran volver mañana. Yo no sé qué jurar, aquí en tu pequeñez.

Sé que me iré otra vez. Y otra vez. Que no te cansarás de mis idas. Que me dejarás volver. Y tú, una vez crecida, adulta y sabia, me verás sin muchos frutos ni peces terminar aquí.